"Hoy creemos que vejez es igual a Alzheimer. Ese es uno de los muchos dramas de la sociedad moderna. En las comunidades indígenas, los ancianos son objeto de respeto y valoración por su sabiduría, mientras nosotros los desechamos. Los llamamos ‘retired'. ¿A qué rincón del mundo queremos que se retiren? En Estados Unidos, gente maravillosa se va a Florida o a San Miguel de Allende, en México. Y pasan al desuso", dice el abogado Julio Olalla (71), formado en teoría del lenguaje y en educación, reconocido como uno de los mejores coachs del mundo.

Olalla vincula al Alzheimer con otro problema actual: la alimentación. "El consumo promedio de azúcar refinada de los estadounidenses es 37 kilos per cápita al año, cuando históricamente se estima era 2 kilos. Creo que en Chile el promedio es de 42. Esto no tiene precedentes. El cerebro no sabe qué hacer frente a este veneno. Esto al margen de la diabetes, porque el deterioro del cerebro por su causa es algo que recién estamos conociendo. El azúcar es más adictiva que la cocaína, me decía una médica británica, que es experta en el tema".

Radicado en Estados Unidos desde fines de los 70, lo suyo es el coaching ontológico, práctica de la cual es fundador. Y a la que llegó después de una larga vuelta existencial, que se inició, cuando tenía 9 años, con la dura separación de sus padres. Siguió con el término de su vida en Chillán, donde su papá, inmigrante español que huyó del franquismo, tenía una fábrica de quesos; la instalación en Santiago con su madre y su hermano; su formación en el Internado Barros Arana, donde descubrió las preocupaciones sociales y políticas y al radicalismo, del que estuvo cerca, pero nunca militó; los viajes juveniles a Panamá, Perú y otros países, gracias a que su padrastro era gerente de la línea aérea Panagra; su titulación como abogado en la Universidad de Chile un día de 1971, "en que hubo una gran nevazón en Santiago. Pensé que como abogado me iba a morir de frío", bromea. Recién titulado, entró a la CORA, la Corporación de la Reforma Agraria durante la UP. Allí lo pilló el Golpe. Estaba casado con su primera mujer, una viuda que tenía un hijo, y eran padres de una niña; luego tendrían otra. Alertado por su padrastro, que fue recluido en el campamento de concentración Baquedano, salieron de Chile. Partió a Argentina sin plata ni contactos. Llegó a llorarle a un psicólogo para que le diera un trabajo para el que lo consideraban sobrecalificado. "Nunca más dije que era abogado. Finalmente conseguí trabajo cargando camiones para un empresa de pinturas industriales. Aprendí tanto de las pinturas que terminé como vendedor y además inicié un negocio de muebles de cocina".

En Argentina le tocó la muerte de Perón, el derrocamiento de "Isabelita", inflación de 1.000%, la acción de los montoneros. "El país era un despelote, así es que emigré a Estados Unidos".

En EE.UU. conoció al que fue ministro de Hacienda y Economía de Allende, Fernando Flores. "Me lo topé en 1978, en San José, California, cuando él postulaba a ser doctor en filosofía del lenguaje. Su departamento estaba a cuatro del mío y conversábamos mucho. Le agradezco lo que me enseñó. Fue muy importante en una época en que la vida para mí había perdido sentido. Me ayudó mucho".

Cuesta creer que hayan trabajado juntos, siendo tan distintos. Tú, pura afectividad; él, la agresividad encarnada.

—No es una persona fácil. Aprendí mucho de él, pero empezamos a tener grandes diferencias. El espíritu con que yo enseño es muy distinto al de él. Yo uso el amor, aunque suene ‘touchy feely', como ‘ningunean' los gringos lo afectivo. Yo a la gente la respeto.

—Humberto Maturana este año acusó a Rafael Echeverría, a Flores y a ti de plagiarlo y dejarlo fuera del negocio del coach. ¿Por qué?

—A Humberto lo respeto y lo quiero. Ya no tenemos relación, pero hubo una época en que iba a ayudarme a hacer los cursos a Estados Unidos. No entiendo qué le pasó. A veces a la gente le suceden cosas raras.

Olalla preside The Newfield Network, escuela de formación de coachs con presencia en Estados Unidos, América Latina y Europa. Conversamos en su sede santiaguina, en Presidente Errázuriz, porque está de paso. Desde hace casi 40 años vive en Estados Unidos. Específicamente en Boulder, Colorado Ahí se instaló en 2003 con su segunda mujer y el tercero de sus hijos, hoy de 17.

—¿Eres, como te consideran muchos, el máximo "sacerdote" del coach ontológico?

—Aprendí las primeras movidas del coach ontológico a partir de lo que hacía Flores. Él me hizo ver el poder del lenguaje en la creación del mundo: cómo pesan las historias, los discursos, las narrativas. Luego descubrí que no se puede entender el mundo lingüístico sin entender el emocional. En ese sentido, soy pionero.

Menciona a otros de sus maestros: los estadounidenses Ken Wilber, filósofo; Elisabet Sahtouris, bióloga, y Rupper Sheldrake, científico. Así ha llegado a la conclusión de que "la forma en que aprendemos el mundo se agotó". Y viaja por el mundo haciendo talleres para ejecutivos de grandes grupos empresariales. "En las grandes empresas se están dando cuenta, y cito a Einstein, de que los problemas que hemos creado con este nivel de pensamiento no pueden ser resueltos con ese mismo nivel de pensamiento".

También entrena a mandatarios. Justo antes de asumir su primer gobierno, Michelle Bachelet y 80 de sus colaboradores hicieron coach con él. "Hubo gente muy entusiasmada con aprender de manera diferente, y otros, con mucha credencial académica, a los que les costaba convertirse en aprendices. De los entusiastas destaco al Chico Zaldívar; me impresionaron su apertura y ganas de aprender".

—¿Le faltó un coach al Gobierno en este segundo período?

—Creo que sí. Ha sido lamentable cómo ha resultado todo —dice este hombre que ya no cree en derechas ni izquierdas, otra división fallida de la realidad—. Lamenta el desprestigio de la política. Lo considera una de las muchas sombras de todo aquello que nos hemos negado a mirar: los temas climáticos y ecológicos, la discriminación, la corrupción.

"La educación hoy robustece los presupuestos con que miramos el mundo, no los cuestiona. Como, por ejemplo, suponer que la razón de la existencia es poseer o el único camino al desarrollo es el crecimiento económico. Chile ha sido por años uno de los países que más crecían en Latinoamérica, pero al mismo tiempo el con más suicidios adolescentes y la más alta tasa de depresión. ¿Quiénes son los corruptos? Los que tienen y quieren más, no los pobres. Eso se explica en que cambiamos el concepto de gratitud por el de tener derecho. He estado con tribus en la selva de Ecuador, donde, antes de comer, las personas se inclinan frente a la fruta que los alimenta. Nosotros nos reímos de eso. Lo encontramos primitivo. No sentimos gratitud por lo que tenemos; en cuanto lo conseguimos, deja de tener valor. Lo valioso es lo que no tenemos todavía. Y así vivimos en la pobreza de la abundancia.

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Santiago ha avanzado de manera importante y sistemática en el desarrollo de una oferta cultural de calidad".

Como directora del Senda durante el gobierno de Piñera, Francisca Florenzano estuvo a cargo de la discusión acerca de que la marihuana dejara de ser considerada como "droga dura". Hoy, la socióloga está abocada a la expansión en Chile de la cultura y las artes en su nuevo cargo como directora de la fundación Corpartes.

—¿Somos incultos los chilenos?

—No. Algunos grupos tratan de que pensemos eso o que existe un patrón único de cultura.

—¿Qué opina de la "alta cultura"?

—No creo en ese tipo de clasificaciones. Más que ayudar a un desarrollo diverso y enriquecedor, segregan y excluyen.

—¿Existe una brecha cultural socioeconómica en Chile?

—Sí. Se ve reflejada en el nivel de acceso a actividades culturales, en el número de personas que puede dedicar parte de su vida diaria a la realización de estas actividades, el porcentaje del ingreso familiar invertido en esto o en la distribución geográfica de los centros culturales. Sin embargo, hay que hacer una distinción en las barreras de acceso que actualmente existen y otras adicionales que hay que considerar.

—¿Cómo cuáles?

—La gente no accede a la cultura porque se siente intimidada. No se atreve a consumir cierto tipo de manifestaciones artísticas porque cree que se necesita tener grandes conocimientos o estudio para entender una obra.

—¿Qué le falta a Santiago para ser una capital cultural como, por ejemplo, Buenos Aires?

—Santiago ha avanzado de manera importante y sistemática en los últimos años en el desarrollo de una oferta cultural de calidad, de la que debemos estar orgullosos. Sin embargo, nos falta mayor formación, diversificación y creación de nuevas audiencias para que la programación cultural logre una buena sincronía con la demanda. También, es necesario seguir potenciando los esfuerzos de trabajos colaborativos que se producen en red entre los centros culturales e instituciones vinculadas al mundo de las artes.

"Perfeccionaría la Ley de Donaciones Culturales"

— En entrevistas pasadas ha dicho que su trabajo en el Senda la marcó mucho. ¿Relaciona la rehabilitación social de drogas y alcohol con llevar la cultura donde no llega?

—Sin dudas, hay un desafío que se relaciona con el lograr el acceso a grupos que sistemáticamente han sido excluidos de oportunidades y experiencias de vida relevantes.

—¿Se podría hablar de algo así como "rehabilitación cultural"?

—No me hace mucho sentido esa frase. La única vinculación que yo veo entre el arte, la cultura y los procesos de rehabilitación es el impacto positivo que se ha comprobado que tienen las experiencias artísticas.

Si pudiera crear tres políticas públicas para poder acercar la cultura a la gente, ¿cuáles serían?

—Perfeccionaría la Ley de Donaciones Culturales, fortaleciendo las exigencias de impacto en acceso y participación de las retribuciones culturales hacia la ciudadanía. Y ampliaría el límite máximo de donaciones. Más donaciones y de mayores montos es lo que el país necesita. Una segunda medida que tomaría sería eliminar el IVA a los libros y finalmente me la jugaría por fomentar una presencia más fuerte de las artes, la cultura, las humanidades, la educación cívica y deportes en los colegios.

—¿Adolece de arte la educación en Chile?

—A Chile le falta mucho para lograr un sistema de educación de calidad. Nuestro sistema escolar no pasa por su mejor momento, entre otras cosas, por la obsesión que se ha instalado con las "ciencias duras" y las reiteradas mediciones de los logros escolares reducidas a pruebas como el SIMCE o la PSU. Hemos perdido la valoración del rol fundamental que tienen las artes en el proceso de formación integral de nuestros niños.

—¿Es posible hacer cambios culturales a nivel social sin influir en la educación?

—Difícil pero no imposible, ya que tengo la convicción de la importancia de incorporar contenidos de las diferentes artes en la educación desde la infancia temprana.

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