Para filmar el presente hay que darle tiempo a la realidad".

La entrevista es en un café de calle Huelén, la misma donde Raúl Ruiz armó su hogar en Chile. Maite Alberdi repite algo que ya ha dicho antes para definir su vida apacible: que nació vieja, que no va a fiestas de cineastas, que vive tranquilamente junto a su marido, Sebastián Brahm.

El 19 de noviembre estrena "Los niños", centrado en un grupo de adultos con síndrome de Down, en el Festival de Documentales de Amsterdam, el más importante del mundo; el mismo que le dio el galardón a mejor directora por "La once". También está nominada a un European Film Award (los Oscar del cine europeo) por el cortometraje "Yo no soy de aquí", junto a la lituana Giedre Žickytë. Alberdi asistirá a la ceremonia que tendrá lugar el 10 de diciembre en Breslavia, Polonia.

"Estas cosas no me cambian la vida. Yo vivo en otro planeta. Voy a festivales, pero me gusta estar en mi casa. Lo mejor que me puede pasar es quedarme viendo Netflix", asegura.

—Te infiltraste esta vez en un colegio para personas con síndrome de Down. ¿Cómo reaccionaron ellos ante la presencia de la cámara?

—Estuvieron felices de contar su historia, y yo fui muy feliz compartiendo un tiempo de mi vida con ellos. Viví sus sueños; siento que su lucha y su causa también es la mía. Quise representar a un grupo adulto con síndrome de Down porque estamos acostumbrados a asociarlos a la niñez. El título es una ironía, los protagonistas tienen casi 50 años, pero les siguen diciendo niños. Yo conviví toda mi vida con mi tía con síndrome de Down (Francisca, que aparece en "La once") y vi a mi abuela preocupada por su futuro cuando ella no estuviera. Desde esa pregunta partí mi búsqueda. ¿Qué pasa con esta generación que está sobreviviendo a sus padres?

—¿Qué te interesó de los protagonistas?

—Ricardo, Rita, Andrés y Anita tienen entre 40 y 50 años; algunos son compañeros hace más de 40. Trabajan en un taller de gastronomía en el colegio en que se criaron. Me interesó que, como todo el mundo, cada uno tiene su propio sueño y su propio deseo, desde tener la libertad de salir a fiestas hasta tener un trabajo y poder vivir independientes.

—¿Por qué decidiste filmar en una escuela privada como Coocende?

—Porque recibe adultos, y eso es algo raro que no pasa en Chile. En los colegios públicos, las personas con discapacidad pueden estar hasta los 25 años. Después se tienen que ir, se quedan en la casa viendo tele, no se desarrollan. Aquí se preocupan de la integración social.

Una película sobre crecer

Según la Fundación Down 21, Chile lidera el panorama mundial. Nacen alrededor de 500 niños Down al año. "Chile es bien especial. Cada año aumenta la tasa de niños con discapacidad, y hemos creado las condiciones para que lleguen a ser adultos, lo cual es un gran avance. La expectativa de vida para ellos hoy es de 60 años", señala Alberdi. "Sin embargo, todo está planeado para los niños Down, no para los adultos. Los establecimientos educacionales están pensados hasta los 25 años, pero después ¿qué? ¿Qué oportunidades laborales se les dan? Les dan un sueldo simbólico. La ley permite que en Chile los discapacitados ganen menos que el sueldo mínimo. Ahí hay una situación de integración real. De ofrecerles también trabajo acorde a sus intereses. La película plantea preguntas para nosotros como sociedad, para las políticas públicas y para los padres jóvenes.

—"La once" trata sobre el recuerdo del pasado y "Los niños" sobre cómo imaginamos el futuro. ¿Tuviste conciencia de ese contrapunto?

—Desde un punto de vista antropológico, me interesan los grupos cerrados que está viviendo cambios. Los personajes de "Los niños" están en una etapa significativa; se están dando cuenta de que necesitan ser adultos. Siempre les dijeron "algún día vas a hacer esto, algún día vas a hacer esto otro", pero ellos ven que ese día no llega. En el fondo, es una película sobre crecer, algo que nos pasa a todos. A uno se le olvida que tienen síndrome de Down. Es muy universal en ese sentido.

—"La once" te tomó 5 años y "Los niños" uno y medio. ¿Cómo te organizas?

—Al trabajar con la observación y no poder forzar las historias, tengo que estar mucho tiempo con los personajes. Tengo varios proyectos en distintas etapas para cuando termine el montaje de uno pueda entrar en otro. Sueño con decir "son 30 días de rodaje", pero eso no pasa. Me interesa filmar el presente, porque los documentalistas se han hecho demasiado cargo del pasado. Y es importante, pero ¿cuál va a ser nuestro archivo del presente el día de mañana? Alguien tiene que filmar el hoy para que en 50 años puedan ver cómo era la sociedad. Para filmar el presente hay que darle tiempo a la realidad.

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"Jorge Sharp es el hijo que cualquier mamá querría tener", sentencia Marcelo Mellado (60), escritor, profesor, miembro del pacto La Boutique, que por estos días anda convertido en una suerte de mánager ad honorem del alcalde recién elegido.

Conversamos en la penumbra de un bar, en el plan del puerto. Afuera hay sol y carnicerías equinas. Y se ve el cerro Bellavista, donde vive Mellado, que llegó pedaleando en la bici que amarró a un poste. Después de almorzar cazuela, subirá en ascensor y quizás escriba; aunque no es metódico. En la tarde tiene reunión del grupo La Matriz, en la parroquia homónima, donde se incubó el colectivo que llevó a Sharp al poder.

—Una gran majamama…

—Yo, marxista viejo, te digo que esta es la alianza de clases con la que siempre soñó Marx. Hay sectores de la pequeña burguesía, de la alta, proletarios. Y la «gentrification», que es el rescate y ocupación de lugares viejos, fábricas, casas, edificios, nos hizo muy bien. Nos dio dinamismo. Pasó en los cerros Alegre y Concepción. Ahí se juntan lo patrimonial, la tradición porteña y las nuevas generaciones.

—¿Qué habría pasado si hubiera ganado DJ Méndez?

—Estarían los cafés llenos de operadores repartiéndose cargos. DJ Méndez es un conejo que sacaron de la vieja chistera. Lo patrocinó Ricardo Lagos Weber, un empresario de la política, igual que Girardi y Letelier, que llevan 500 años apernados. Y los Coloma y los Zaldívar. La gente que ha convertido la política en un crimen de cuello y corbata, y cultiva un modelo de ocupación: "Llegué, este lugar es mío y de aquí no me sacan". ¡Papito, retírate!

—¿Y si hubiera permanecido el alcalde Jorge Castro?

—Sería como en San Antonio, donde tienen un alcalde que sirvió a la dictadura por años, pero conoce tan bien el municipio, que puede serle útil a cualquier poderoso. El cachó que el Partido Radical le convenía. Jorge Castro es el negro UDI, el UDI desclasado, que los cuicos compran para su conveniencia.

Es el tercero de cinco hermanos; el mayor es el crítico de arte Justo Pastor Mellado. "Soy el del medio, el que no se ve. Eso tiene pros y contras. El principal pro es que nadie te está controlando o picaneando, como le pasa al mayor. Yo iba al colegio si quería. Cuando mis viejos se separaron fue el acabose".

Su familia "es cómplice sin ser promiscua y respetuosa de las jerarquías". Justo Pastor es el encargado de criticar a la intelligentsia, encarnada en el ministro Ernesto Ottone. Marcelo se queda con los operadores menores de la cultura, los "maletineros" de alcaldes, legisladores, dirigentes. Y, sobre todo, con la provincia.

Extraña a su padre. "Parecía descariñado, duro. Me decía: ‘¿Todavía seguís hueveando con esos comunistas?'. Era del mundo socialcristiano, pero como les pasó a muchos, en un momento o se izquierdizaron o se derechizaron. Me cuesta aceptarlo, pero se puso pinochetista. Es que Chile es un mundo de mucha orfandad. La presencia del padre es pura ausencia. Eso se notaba en nosotros. Le debo a El Mercurio que mi viejo me haya querido un poco más. Cuando me vio publicando en él, cambió algo su trato. Me preguntó qué hacía ahí. Le dije que en democracia yo encarnaba una muestra de amplitud. Es parecido a lo que ha sucedido con El Mercurio de Valparaíso y Sharp. Lo han tratado con respeto, sin odiosidad. El gran tema de Chile es que no volvamos a sacarnos la cresta. Hay que cachar que no estamos en Mosul".

Su mamá era dueña de casa. "Lo único que quería era que sobreviviéramos a la dictadura". Justo Pastor se fue a Francia y una de sus hermanas a Australia. "Debí haberme ido a París, optar por el mercado del exilio, pero partí a Chiloé".

—Parafraseando a la suegra de Gabriel Boric, Marcela Serrano, de comer tallarines recocidos habrías vuelto pidiendo pasta al dente.

—Una vez le dije a Sharp: "Oye, averíguate si Boric anda con el enemigo" —se ríe, aludiendo a que la polola del diputado de Magallanes es Margarita Maira Serrano, hija de la escritora y del político socialista Luis Maira—. Añade: —Es preocupante esa endogamia. Tal vez sea una salvación; tal vez una condena. Al final es el orden de las familias lo que define los destinos políticos. Y eso implica dejar afuera al perraje. En Valparaíso conseguimos el triunfo del perraje sin que los otros se dieran cuenta.

Mellado se fue a Chiloé, casado con Marina, hija de Nana Schnake, psiquiatra gestáltica, cuyo centro terapéutico inspiró en los 80 una conocida novela de Marcela Serrano.

"¡Yo viví en ‘El albergue de las mujeres tristes' como 10 años!", exclama el ex yerno, quien tuvo dos hijas con Marina, que hoy lo han hecho abuelo y son las que mantienen unida a su familia. Hace 12 nació su tercera hija, Emilia, que vive con su mamá en Santiago. Y mucho antes, cuando era muy joven, Nicolás.

—Era mi hijo mayor, el hombre, y ya no está. Murió de leucemia en febrero de 2015, casi a los 40. Su cáncer avanzó rápido. Aún no puedo asimilarlo. A ratos se me olvida, pero es una pena que no tiene solución —dice con los ojos anegados. Agrega: —Nicolás era asperguer. Tenía delirios potentes. No era fácil. Ahora acabo de entregar un libro sobre él, una novela que se llama "Monroe", como su país imaginario. Ahí están sus aventuras obsesivas: las de Robert Howard, como Conan el Bárbaro, y la Guerra del Pacífico.

Ya está en el horno de Hueders, su editorial, aunque ni él mismo sabe al final de qué se trata. "Escribí en relación con los soldados de plomo y los quepis que le compraba en la avenida Argentina. Ni yo sé de qué se trata. Es muy distinta a todo lo que he escrito antes. Y hay un personaje, N, que es Nicolás, que toma distancia y se está yendo de todo".

—Debe ser triste.

—No, parece que hay humor en ella. Es también un homenaje a Conrad y a Coloane, a los dos. Se puede leer en varios registros.

Nicolás fue enterrado con un quepis de los soldados de esa guerra y su ausencia es una herida que no cierra, cuyo dolor algo mitiga así: "La cómplice más potente del Nico era mi madre. Al final, ella se fue y él partió a reunirse con ella".

No es fácil la vida del escritor, que dispara contra Roberto Ampuero, reconocido autor porteño. "No lo soporto; es un clasemediano charcha y, peor aún, ex PC. De esos que rentan de haber estado equivocados y encontrarse ahora en el lugar correcto. Es un tipo plano y su proyecto literario, básico".

Sobre su literatura, el argentino Patricio Pron ha dicho: "La de Mellado es una de las obras más sólidas y consecuentes que puedan encontrarse en América Latina".

Humanamente, se le ve solo.

—¿Estás pololeando?

—Es posible. No te puedo decir más; soy muy pudoroso en eso.

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