Mirándola desde Quillota, La Campanita es una pirámide perfecta —blanca o verde— tal como los niños dibujan las montañas. Es tan distinguida su silueta que hace ver más pequeña a su hermana mayor, La Campana grande (en Limache). Siendo la mayor altura del valle de Quillota (1.560 m), La Campanita desde siempre ha estimulado una cariñosa relación con los jóvenes de la Región de Valparaíso y también con profesionales del montañismo que aquí hicieron sus ejercicios básicos o conquistaron una "primera cumbre".

Cercano al Parque Nacional La Campana, el cerro La Campanita tiene tantos méritos botánicos, zoológicos y paisajísticos que es un maravilloso reducto de vida silvestre. Como prueba, por estos días florece la Flor del bigote, una escasa y rara orquídea chilena que, junto a la Orquídea amarilla, se dejan ver, asombrosas, en su ladera sur. También, y muy activos, antes de volar a cordilleras más altas, aletean los yales, formando grandes grupos que, de cuando en cuando, bajan a pastar, tímidos, entre los espinos y tebos.

Para una excursión hay que desviarse hacia el sur desde la Ruta 5 Norte, a la altura de La Calera. Durante los 9 kilómetros en dirección a Quillota y el cruce a La Palma, se verá La Campanita a la izquierda, sobresaliendo perfecta de entre una extensa serranía que construye la orilla sur del Valle del Aconcagua.

Una clara y breve bifurcación, bien señalizada, al llegar a Quillota, saca al viajero de la carretera y es recibido por un arbolado camino, antesala de la gran y antigua estancia La Palma, cuya existencia viene desde la Colonia, siendo el feudo de notables familias de la aristocracia chilena. Desde comienzos del siglo XVIII esta hacienda de Poncagüe (después La Palma) se vincula a las familias Azúa, Marín, Poveda, Cortés Madariaga, casi todas alguna vez detentoras del marquesado de Cañada Hermosa y emparentadas con el De la Pica. En 1835 la propiedad es vendida a Enrique Cazotte y luego heredada por doña Carmen Alcalde, hija del conde de Quintalegre. Tras la Reforma Agraria, los antiguos inquilinos recibieron sus parcelas. Todas, con cabeza a los principales caminos interiores de la hacienda. Fue tan respetuosa la planta que adquirió el villorrio —al no borrar los antiguos hitos hacendales— que los macizos de palmeras, silos, empircados, la bella capilla "con cuatro relojes", siguen dando rectoría y magnitud a un modo de poblar que es un ejemplo de urbanismo semirrural.

Tras el enclave Los Almendros, desde antiguos silos se llega a Las Pataguas, en la falda misma de La Campanita. Una estrecha faja sin cultivos permite acceder a sus primeras lomas. Antes de encontrarse con la mole hay que atravesar, por antiguos caminos mineros, dos cerros que la anteceden.

La primera loma permite una visión que cubre gran parte del valle, desde La Calera hasta la cumbre del cerro Mauco, en Concón, unos 50 km. No es difícil, en este lomaje, encontrarse con algún esforzado deportista que carga o corre con su parapente en pos del vuelo. También es meta de ciclistas.

Gran parte del camino hacia la cumbre se hace por la huella de un ancho sendero que, zigzagueando, atenúa las pendientes y alarga el goce de la marcha. Casi podría decirse que es un cerro urbanizado que da seguridad al recorrido, al tiempo que el abalconamiento de la ruta permite un andar que hace innecesario desviarse a los lugares arbolados e imposibilita perderse o estar en peligro de caídas. Desde la Meseta del Águila se piensa cómo subir a la cumbre. Una gran quebrada y la ramazón de tebos con espinas son el obstáculo mayor. Pero nada es imposible. La Campanita, esa pequeña gran altura, es generosa. Se deja caminar, reptar, gatear, arrastrarse, sudar, hasta sus desafiantes tres rocas cúspides, en su severa cumbre. Allí, desde las piernas y la mente se la siente alta, sabia y amorosa.

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