(En) "Tercer libro de las odas" (…) el grueso de los poemas gira en torno a temas lúgubres que remiten, a mi juicio, a la crisis con la que Neruda se enfrenta en 1956.
Crédito IMG

En un libro reciente sostengo que las revelaciones de Jruschov en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) repercuten fuertemente en la cosmovisión de Neruda, incidiendo en su postura comunista y su estética, obligándolo a reconceptualizar ambas esferas. Esta crisis político-estética coincide con la otra crisis que estremece su vida personal: a saber, su ruptura con Delia del Carril y el comienzo de su vida junto a Matilde Urrutia. Todo ello hace que el bardo se desahogue en sus versos, como acostumbra a hacerlo. El esfuerzo por enfrentarse a la crisis se inicia con "Estravagario" (1958), desplegándose de forma velada en el silencio, la muerte, la soledad recuperada, el humor fresco y a veces negro, la ironía, la incertidumbre, la autocrítica, la crítica y el refugio en el amor de Matilde. Su empeño en asumir, absorber y tratar de superar la crisis sigue vigente en "Cien sonetos de amor" (1959), dedicado exclusivamente a Matilde. La dedicación sirve para coronarla, pero también para señalar a las claras que todo, incluso su compromiso político, parte, de ese momento en adelante, de su vida personal. Y no es hasta "Memorial de Isla Negra" (1964) que constata la crisis abiertamente y una postura clara con respecto a ella, concretamente en "El episodio", su primera crítica al estalinismo en este poemario autobiográfico. De ahí en adelante, en obras tales como "Fin de mundo" (1968), "La espada encendida" (1970), "Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena" (1972), y obras postreras, la postura política empieza a registrar una condena del estalinismo, una cierta desilusión con el revisionismo soviético, un vuelco —después del enfoque en la revolución cubana ("Canción de gesta", 1960)— hacia alternativas socialistas, para desembocar en el socialismo democrático de la Unidad Popular. En el ámbito estético, asevero que se manifiesta una progresión paralela: a partir de "Estravagario", Neruda empieza a entregarse a la experimentación poética y a asociarse con poetas heterodoxos. Hasta aquí el resumen del argumento de mi libro. Aunque no abordo el caso, pienso —y éste es el centro de este ensayo— que los primeros rastros de dicha crisis se pueden hallar, en rigor, en el "Tercer libro de las odas" (1957).

En el umbral

En un principio, el "Tercer libro de las odas" podría leerse como la continuidad, en la forma y el contenido, de los dos libros anteriores dedicados a la oda. También predominan en este poemario el humor, la ironía y la autocrítica como herramientas líricas que van esbozando, al decir de Jaime Concha, esa "forma singular [que] equivale a una sinécdoque del cosmos, en la medida en que participa de las fuerzas solidarias de la realidad". Sean epifanías de objetos orgánicos o inorgánicos, naturales o manufacturados, la "riqueza de las especies, la multiplicidad de las formas constituyen", como señala Concha, "el deleite de los ojos y de los sentidos en general". Así también en cuanto a la óptica política: estas odas se vinculan aún y en determinados momentos con la inexorable marcha colectiva de la humanidad y el optimismo nerudiano en plena época de la Modernidad. En ese sentido, podríamos decir que varios poemas a lo largo del libro reproducen el esquema estrofa/antiestrofa/epoda que apuntara Jaime Alazraki en el caso del primer poemario y cierran con una respuesta moral y política. Tal vez no sean tan enfáticos ni idealistas con respecto de sus conclusiones políticas, pero siguen el patrón de las odas anteriores.

Sin embargo, el grueso de los poemas en el "Tercer libro de las odas" se aparta de la obra anterior al abordar temas que rara vez se hallan en las primeras odas. Si vemos la arquitectura de este libro de sesenta y seis poemas, más de una tercera parte —según mis cálculos— elabora una temática sobre la soledad y la muerte, tres se refieren a Matilde, cuatro versan sobre la poética como tal y nueve se abocan a lo sociopolítico. El resto de las odas consiste en elogios de objetos orgánicos e inorgánicos. La misma temática desplegada en este poemario, entonces, muestra sin lugar a dudas una transición importante en cuanto a la cosmovisión de Neruda, por no decir una aproximación a, en palabras de Hernán Loyola, la "única gran crisis". Es evidente que se produce un cambio notorio en su obra que difícilmente puede desvincularse del momento histórico y personal. Tantas meditaciones sobre la muerte y la soledad, lugares geográficos, criaturas dotadas de sentidos y la condición del propio hablante hacen pensar que se empieza a gestar en Neruda una crisis que, como pasa siempre en la obra del vate, se divulga indirectamente en sus versos.

No parece fortuito tampoco que este libro se publicara en 1957, un año después de las revelaciones de Jruschov en el XX Congreso del PCUS y dos años después de la ruptura con Delia. De hecho, se podría inferir que las reflexiones sobre la muerte y la soledad se deben a esa coyuntura político-personal y, por ende, nos ubican en el umbral de la crisis de 1956. Estamos algo lejos todavía del desahogo inicial de dicha crisis, que se puede apreciar en "Estravagario", poemario en el cual el vate blande la ironía, el sarcasmo, la crítica, la autocrítica y el humor como armas poéticas, y se vale del lado juguetón y humorístico brindados por su amor a Matilde para defenderse ante el asedio de la conmoción desatada por la crisis. Nos hallamos más lejos aún del comienzo de la solución a la crisis política que se brinda en "El episodio", en "Memorial de Isla Negra". No obstante, en el "Tercer libro de las odas" ya se aprecian los efectos iniciales de dicha crisis (…).

Hacia la individualidad recuperada

Si el terremoto político que estremeció la vida de Neruda en 1956 se junta con el personal (la ruptura con Delia), es paradójicamente la reconquista de la individualidad lo que va a permitir que Neruda supere la crisis. Si, como sostienen Robert Pring-Mill y Sicard, en las "Odas elementales" el sujeto poético busca de manera "irrealizable" volverse transparente —sin mediación al aparecer— y, de ese modo, captar las maravillas sociales y naturales que lo rodean, en el "Tercer libro de las odas" ya inicia la recuperación de la soledad e individualidad abandonadas prácticamente después de la etapa residenciaria. De este libro en adelante, entonces, comienza a renombrar la soledad como parte imprescindible en su vida.

Esta restauración del yo como individuo independiente de su quehacer político se elabora, por ejemplo, en "Oda al mes de agosto", donde, empleando un apóstrofe, vuelve a conectarse con el invierno: Vuelvo / a tu soledad / no / para / ahogarme / en ella, / sino / para / lavarme con tus aguas.

Se aclara, entonces, que no se trata de perderse en la soledad, en la alienación, sino de volver a tomar contacto con su individualidad. Es más: pareciera indicar que este aislamiento puede darle la oportunidad de sobreponerse a algo no nombrado (…).

Lo que queda claro de entrada es que la soledad se concibe como algo positivo, que permite que el hablante guarde la ilusión de percibir la vida como una "nave deshabitada / y bella". Por ende, no estamos ante la alienación perniciosa y objetiva que el sujeto residenciario percibe en la naturaleza y la sociedad moderna. Tampoco nos encontramos en el terreno del hablante de las "Odas elementales", que proclamaba: "yo quiero / que todos vivan / en mi vida / y canten en mi canto, / yo no tengo importancia, / no tengo tiempo / para mis asuntos". Más bien se trata de aislarse para volver a retomar el contacto con la naturaleza y sintonizarse con ella.

De manera parecida, "Oda al camino", que se hace eco sin duda del reconocido poema "Caminante no hay camino", de Antonio Machado, articula otra conceptualización de la individualidad. A diferencia del hombre invisible que se desborda y se vuelca hacia el compromiso político a expensas del yo, éste desea

Andar alguna vez / sólo / por eso! / Vivir la temblorosa / pulsación del camino / con las respiraciones sumergidas / del campo en el invierno: / caminar para ser, sin otro / rumbo / que la propia vida, / y como, junto al árbol, / multitud / del viento / trajo zarzas, semillas, / lianas, enredaderas, / así, junto a sus pasos, / va creciendo la tierra.

¿Abandonarse entonces al aislamiento, a la alienación? No, porque, como lo indica el hablante con anterioridad, las "soledades cierran / sus ojos / y sus bocas / sólo / al transitorio, al fugaz, al dormido. Yo voy despierto". Despierto, consciente de que está eligiendo la soledad —percibida como regeneradora— como para volver a gozar la vida, pero sin entregarse en ningún momento al individualismo y a la enajenación. El redescubrimiento de la naturaleza y su ligazón "orgánica" —diría el joven Marx— hace que vuelva a examinarse:

Ah viajero, / no es niebla, / ni silencio, / ni muerte, / lo que viaja contigo, / sino / tú mismo con tus muchas vidas. / Así es como, a caballo, / cruzando/colinas y praderas, / en invierno, / una vez más me equivoqué: / creía / caminar por los caminos: / no era verdad, / porque / a través de mi alma / fui viajero / y regresé / cuando no tuve / ya secretos / para la tierra / y / ella / los repetía con su idioma.

Momento de reflexión y de búsqueda, el problema que lo aqueja es psicológico: se trata de un viaje hacia adentro, de retrotraerse y buscar su voz poética y su razón de ser de nuevo. En ésta y otras odas en que asoma la soledad, se retrata como un autoexilio deseado que le brinda la posibilidad de rehabilitarse. No obstante, los últimos versos del poema bien pueden apuntar hacia la muerte como punto de enfoque o de fijación: "De una manera o de otra / hablamos o callamos / con la tierra". Por un lado, cabe la posibilidad de interpretar estos versos como expresión metafórica de la vida o la muerte, y de igual modo nuestro destino final que es el fallecimiento. Por otro lado, tal vez se esté refiriendo al silencio que se guarda en determinados momentos en contacto con la tierra. El caso es que la soledad tal y como se concibe en este poemario linda con la muerte.

La presencia de la muerte

Esta tendencia traba un vínculo con las odas en que el sujeto presencia o se imagina la muerte en otros seres. Es el caso de la "Oda a un gran atún en el mercado". "En el mercado verde", reza la primera estrofa, "bala / del profundo / océano, / proyectil / natatorio, / te vi, / muerto". El atún despierta en el poeta la imagen de un ser, un "proyectil natatorio", que viene "de lo desconocido, / de la / insondable / sombra, / agua / profunda" y sólo ese atún, paradójicamente, sobrevivía. Hemos de entender que sobrevive "alquitranado, barnizado" y como "testigo / de la profunda noche". Antítesis que se profundiza cuando se comenta que esta "bala oscura / del abismo" siempre está "renaciendo", "circulando en la velocidad", y explorando la muerte. Aunque es un "despojo muerto", al decir del vate, pareciera recobrar la vida, pareciera encarnar la vida que fue:

como si tú fueras/ embarcación del viento, / la única /y pura/máquina/marina:/intacta navegando/las aguas de la muerte.

Se cierra así la asociación entre el océano y el fallecimiento y, con este remate, la oda se vuelve una meditación sobre la muerte. Viajero que rozaba la muerte a diario, que era parte vital de su existencia, el atún se vuelve "despojo muerto" que, sin embargo, al estar íntegro emana la vida que lo impulsaba (…).

El yo y la muerte

La fragilidad y la vulnerabilidad del sujeto poético se hacen patentes en particular en los poemas que abordan el tema de la muerte desde el punto de vista del yo. Ese es el caso, por ejemplo, de "Oda a un camión colorado cargado con toneles" (…). Comienza con la representación de lo que parece ser una naturaleza muerta. El sujeto se halla en medio de la naturaleza y, a juzgar por la personificación, en armonía con ella: En impreciso / vapor, aroma o agua, / sumergió / los cabellos del día: / errante dolor, / campana / o corazón de humo, / todo fue envuelto / en ese deshabitado hangar, / todo / confundió sus colores.

Especie de conversación en que quien cuenta la historia le advierte a su interlocutor que "espere" y que "no se asuste", y al reiterar esas frases nos va preparando para un cambio radical, que se marca a continuación: "Entonces / como un toro / atravesó el otoño / un camión colorado / cargado con toneles". "Instantánea, iracundo", agrega unos versos más abajo, "preciso y turbulento, / trepidante y ardiente / pasó / como una estrella colorado". Y este acontecimiento, claro, altera al hablante y su percepción de la naturaleza y su vida: "todo cambió: / los árboles, la inmóvil / soledad, el cielo / y sus metales moribundos / volvieron a existir". Curiosa yuxtaposición dialéctica: lo que vuelve a existir es la "inmóvil soledad" y los "metales moribundos" junto con "los árboles" y "el cielo", es decir, la coexistencia entre la vida y la muerte. El acontecimiento fue, nos cuenta a continuación, "como si desde el frío de la muerte / un meteoro / surgiera y me golpeara / mostrándome / en su esplendor colérico / la vida". Compenetración dialéctica de los términos "esplendor" y "colérico", en esta oda el hablante se enfrenta con la vida y la muerte en un instante, y se aferra a la vida en una rearticulación del clásico tema del carpe diem. Pero vale la pena subrayar el hecho de que el sujeto estaba en sintonía con esa naturaleza que ofrecía su inmovilidad y sus metales moribundos hasta que el acto del camión lo despertó y "acumuló / en mi pecho / desbordante / alegría / y energía" (…).

La persistencia de la voz de las odas elementales

En éste y otros muchos poemas del "Tercer libro de las odas", el tema de la soledad y la muerte se impone, deja su huella imborrable en el poemario. Como decía al inicio, más de una tercera parte de las odas remite a asuntos algo sorpresivos si se cotejan con el primer libro de las odas. Sin embargo, para establecer convincentemente que este libro marca el inicio de la transición provocada por la crisis de 1956, habría que tomar en cuenta los poemas que se asemejan al común de las "Odas elementales". En "Oda a la ciruela", por ejemplo, poema largo que se empareja con los poemas posteriores dedicados a recuperar memorias de su infancia reunidos en "Memorial de Isla Negra", celebra esta fruta pero en el contexto determinado de su infancia (…).

El ambiente y la experiencia sensorial del sujeto se ven inundados de la hipnótica ciruela. Así las cosas, la visión que ofrece el bardo es parecida a la de "Odas elementales": se trata de una celebración de este elemento natural, que lo deja al sujeto ebrio de su presencia, aspecto que se aprecia en estos versos: Oh beso / de la boca / en la ciruela, / dientes / y labios / llenos / del ámbar oloroso, / de la líquida / luz de la ciruela!

Pero, volviendo al "Tercer libro de las odas", tenemos que tener presente que poemas así figuran como parte mínima del poemario y el grueso de los poemas gira en torno a temas lúgubres que remiten, a mi juicio, a la crisis con la que Neruda se enfrenta en 1956. En realidad, presenciamos una lucha interna entre el poeta que valora el progreso y el optimismo asociados con el socialismo real —y el que además suprime la individualidad—, y el que busca recuperar su individualidad gracias a Matilde y su introspección, una tensión que, a la larga, lo va encaminando hacia el socialismo democrático de la Unidad Popular. La batalla mortal del poeta —ese "tiempo decidido"— que se registra en el "Tercer libro de las odas" entonces y lo que podríamos llamar su muerte simbólica, provocadas ambas por la crisis de 1956, resultan ser momentos en la dialéctica que llevarán a este comunista por el camino de la crítica y la autocrítica hacia otro tipo de ciudad futura.

LEER MÁS