Lo que más detesta don Guillermo Martínez, administrador de un fundo al sur de Santiago, es cuando un huaso no viste correctamente. "¡Cómo un hombre no sabe ponerse el chamanto!", reclama con molestia.

Y es que no es algo simple. Esa prenda masculina tejida a telar, con vistosos colores y dibujos, se caracteriza —entre otros detalles— por tener una doble faz. Es decir, un lado A y un lado B, los dos perfectamente terminados y que se usan indistintamente. Pero un lado es el positivo y el otro el negativo. Uno más claro y el otro más oscuro. Y aquí va el detalle que demuestra cultura: el lado más claro se usa de noche, para que el huaso se distinga mejor. Y el lado más oscuro en el día. Por lo mismo cuando un hombre, por muy elegante que se vea, luce el chamanto por el lado claro a plena luz del sol, quiere decir que es un huaso de boutique, o de postal; alguien que no es ciento por ciento huaso.

Esa meticulosa explicación la reafirma Jocelyn Labrín fundadora del Taller Pürem e investigadora textil, que lleva años estudiando la historia y desarrollo del chamanto, y dando clases de telar mapuche, ese que la artesana debe trabajar de pie y con el cual se realizan estas prendas. La palabra misma proviene del mapudungun, chamal, que es la manta más larga tejida con lanas naturales y que con el correr de los años se fue mestizando, adoptando más colores. En su versión más corta y tejida sólo a rayas horizontales se denomina manta. Son las típicas que se ven en los rodeos, topeaduras o faenas agrícolas.

El elegante chamanto, en cambio, se lleva sólo en ocasiones ceremoniales. Los huasos que brindan el esquinazo en la Parada Militar y ofrecen un cacho de chicha a las autoridades van todos ataviados con chamantos en los que brillan copihues, racimos de uva, espigas y figuras de animalitos. Es una rivalidad amistosa porque cada uno quiere lucir el más bonito… Los chamantos pueden costar desde un millón y medio de pesos hasta cuatro millones y más; en tanto que se pueden encontrar mantas por 20 mil pesos. La razón de tan gran diferencia es el material, y el trabajo, por supuesto. Los chamantos más conocidos, de Doñihue —cerca de Rancagua—, se realizan con algodón mercerizado y cada cono vale alrededor de 300 mil pesos. En un chamanto se ocupan a lo menos 3 conos, por lo que la materia prima ya pone una base muy costosa. Los que se realizan en base a lana teñida orgánica alcanzan los precios más altos. Hasta hace algunos años se usaba acrílico, que daba ese brillo como seda, pero se prohibió por ser cancerígeno.

De Doñihue y el altiplano

Este es un oficio que realizan mayoritariamente mujeres y de manera tradicional. Karen Contreras y su madre María Peralta, son tejedoras doñihuanas, una actividad que la familia cumple desde hace cinco generaciones. La tatarabuela Rosa fue la primera y sus descendientes María y Karen mantienen el rumbo de una manera brillante porque su Taller Entretelares ganó el Sello de Excelencia 2011 y el reconocimiento de la Unesco, 2012, por algunos de sus productos.

Karen explica que los pasos en la elaboración de un chamanto son muy precisos: primero se hace el diseño, luego viene la preparación de los hilados, le sigue la urdimbre de la trama, tejido de las huinchas y el paño, armado de la pieza, selección de los detalles y terminación.

Debido a la persistencia de oficio en la familia, poseen modelos antiguos que copian para preservar los diseños, y tienen un proyecto de rescate que será terminado en el año 2018 en el Museo de Rancagua.

Venden durante todo el año, y han agendado trabajos hasta 2017.

Algo parecido le ocurre a Manuel Catrón, dueño de la tienda que lleva su apellido y existe en Santiago desde 1941. Vende ropa y accesorios de huasos y huasas que le encargan desde todo Chile y también del exterior gracias a su página web. "A veces vale más el envío que la compra misma", comenta, porque le llegan pedidos de las colonias chilenas repartidas por el mundo; incluso de Suecia y Australia, por ejemplo. Los chamantos Catrón son especiales porque son de lana de alpaca, que realizan para la tienda en el altiplano nortino. Comenta que cada tejedora (o tejedor) realiza los chamantos según su propia inspiración. Por ahora están de moda los en colores sepia y los más vendidos tienen dibujos de siluetas de animales.

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