Es bonito no ser el protagónico. El contrabajo no suena a vanidad".

Roberto Titae Lindl (49) es el más 3 de Los Tres, dicen los que saben. Los Tres que primero fueron 3, después 4 y ahora 2. Cuestión de sumas y restas, que en el caso de Titae, penquista y contrabajista clásico, ha sido puro multiplicar.

Durante el fin de semana dieciochero, junto a Álvaro Henríquez, al que después de 4 décadas de intensa amistad con etapas de distanciamiento considera simplemente "familia", estarán como siempre en la Yein Fonda. La idea de Roberto Parra ("tenemos que hacer una ramada en cualquier lonjita de terreno que nos den y nos vamos mitimota") cumple 20. Las cosas han cambiado desde la versión inicial, que reunió a "viejos chuchetas con jóvenes más chuchetas aún". Los primeros ya no están y los segundos ahora son los viejos.

Titae es hijo de Werner Lindl, contrabajista que llegó de su Austria natal a la Sinfónica de la Universidad de Concepción, donde estuvo 45 años. "Murió hace dos, y lo único que quería es que yo no fuera músico. Estudié 5 meses arquitectura, de ahí partí a Salzburgo a perfeccionarme en contrabajo. Al volver estuve en la Sinfónica de Conce por un tiempo", dice, y pone música. "Mais que nada", de Sergio Mendes.

—¿Cómo le explicas a un sordo qué ruido hace el contrabajo?

—El contrabajo es un instrumento de acompañamiento. Es bonito no ser el protagónico. Saber enaltecer al otro. El contrabajo no suena a vanidad. Un ególatra no escogería jamás el contrabajo.

—¿Metáfora de tu personalidad?

—Quizás. En una sinfónica de cien maestros están los primeros violines, todos quieren ser estrellas. Nosotros y los chelos somos gallos cool, que podemos hacer otro tipo de música. No batallamos por protagonismos; sabemos que somos fundamentales. Este disco de Sergio Mendes sin contrabajo no se oiría así.

Recuerda las fiestas bailables en su casa. A su mamá, que era profesora de francés, le decían La Trompo y a su papá, El Tío Fotito, porque le encantaba registrar esas reuniones. El heredó su contrabajo y su cámara Rolleiflex. De niño aprendió a revelar imágenes en el cuarto oscuro que su papá montó en la casa. Esa afición se tradujo en el libro Los Tres, donde cuenta en fotos 20 años de la banda.

Tiene otras iniciativas. Como las sesiones que produjo en el Cinzano, el bohemio bar de Valparaíso, que es lo más parecido a la idea de su patria musical. "Empecé a ir los sábados, y los viejos del Cinzano ni me pescaban. Se me ocurrió hacerles fotos y regalárselas; ahí fui entrando. La primera grabación creímos que sonaba increíble, pero estábamos todos curados; al oírla sobrios era horrible".

Hizo dos discos. "En ambos alcanzó a estar Carmen Corena, la lady crooner del Casino de Viña; también Manuel Fuentealba, al que comparo con Tony Bennet. Y en el segundo, el Pollito González, el pianista, que es una eminencia".

—¿Qué buscaste rescatar?

—No busco nada. Esto es igual que lo que pasa con las fotos. La gente pasa todos los días frente a un lugar y no se da cuenta de su belleza, de su singularidad, hasta que viene un extranjero, un gringo, y toma una imagen. Ahí todos lo encuentran genial. La gente de Valparaíso no sabía el baluarte que tenía.

Conoció a Álvaro Henríquez porque sus papás tenían una gran amistad. "El juez Fidel Henríquez iba con su señora a las fiestas en mi casa. Álvaro los acompañaba y escuchábamos a Bee Gees, Abba, Grease en mi tocadiscos. El tío Fidel influyó mucho en nuestras primeras canciones, que aluden a casos de detenidos desaparecidos".

Considera "un mitoooo" que Concepción sea pródiga en talento musical y que dejar la ciudad fue una liberación. Su facha estrafalaria, su estilo bohemio, su condición de rockero chocaban con "la estrecha mentalidad de la gente de Conce, en especial de las niñas. Venirme a Santiago fue lo mejor".

Acá partió en la Orquesta de Cámara de Fernando Rosas, pero pronto se metió en la Regia Orquesta de la Negra Ester.

—¿Te marcó el mundo de la cueca chora de los Parra?

—Admiro a Roberto y Lalo Parra. También a la Violeta, que es tremenda, pero ellos eran como nosotros, de casa de puta, chuchetas, alcohólicos. Por eso me carga la moda de las cuecas choras. He visto tanto grupo aficionado dándoselas de choros, y uno, que tocó con los grandes del asunto, se cabrea. No creo que al tío Roberto le gustara esta cuestión. No es necesario ufanarse de lo que se toca; el choro de verdad no necesita anunciarlo.

En esos años vivían en la Estación Central y lo pasaban mortal. "Cuando aparecimos como Los Tres no había nada. Fue fácil. Causábamos sensación en las fiestas Spandex. Los Prisioneros estaban en pausa y su sonido era muy diferente. Entonces se usaba lo moderno, los efectos, y nosotros sonábamos antiguos. Hasta hoy es así. Por eso seguimos vigentes".

—Define lo que hacen.

—Rock and roll. Yo, que soy mozartiano, te digo: Mozart era rocanrolero, y el rock es eterno.

Desde 2015 conduce "Si suena se toca", un programa en el 13 Cable, donde entrevista músicos a lo Elvis Costello. "Prefiero a lo Just Holland; habla menos". Para la temporada que viene entrevistó a Marcos Aldana, hijo de uno de los fundadores de la orquesta Huambaly. Se levanta por tercera vez y pone un vinilo que parte con "Quémame los ojos", cantada por Humberto Lozán.

—¿Tienes hijos que sigan tus pasos?

—Tengo uno, de 19. Es cero músico. Está en año sabático; no hace nada. Una vez le pasé un bajo, y lo cambió por marihuana. Pero es una buena persona; no hay que preocuparse. Ya encontrará su camino. Como hice yo.

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