"Ayuda, quiero salir del colegio este año. Dame la fuerza y voluntad para poder esforzarme y cumplirlo. Vendré a dejarte flores y valorar tu ayuda". El mensaje, escrito hace sólo dos días en una pequeña hoja de agenda, es uno de los cientos que riegan el piso de mármol del mausoleo del Presidente José Manuel Balmaceda. Porque el ex Mandatario no sólo es el mártir de la Guerra Civil de 1891 y un ícono del liberalismo chileno: también es un santo secular al que los escolares van a pedirle ayuda para sacarse buenas notas.

El tema fue el elegido por el arquitecto Tomás Domínguez Balmaceda (39), para escribir un pequeño ensayo en el libro «Balmaceda Siglo XXI», que fue presentado el martes pasado, y que rescata el legado del ex Jefe de Estado. «San Balmaceda» es el título que eligió para su texto de 33 páginas.

El tema le cayó como anillo al dedo, ya que no sólo es familiar directo de Balmaceda —su bisabuela y bisabuelo, primos y casados entre sí, eran sobrinos del Presidente—, sino que también es una de las personas que más saben del cementerio en Chile: a petición suya, el Consejo de Monumentos declaró el camposanto como Monumento Nacional en 2010.

De hecho, esta es la razón por la que empezó a hurgar en la historia del ex Mandatario: "Me acerqué a la figura de Balmaceda más que por una educación familiar, al conocer el cementerio. Al ver mi apellido ahí, me pregunté ¿qué significa eso? Tengo hartas relaciones allí por familia: soy descendiente directo de Carrera, de Bello y de Santa María. Balmaceda siempre ha estado en la conversación familiar, pero también hay un sentimiento dividido en torno a él".

Y cuenta que "perdimos a alguien por el bien de Chile y, bueno, tú te puedes preguntar ¿qué hizo Chile por nosotros después? Obviamente que nada. Ahí nace cierto dolor interno en la familia (...) Su suicidio fue un costo, quedó una mujer viuda y niños huérfanos. No es una situación feliz ni que se celebre mucho".

"Todos lo matamos"

—Según tu investigación, ¿cuándo comienza el culto a Balmaceda?

—No se sabe. El primer registro es de 1924, en una columna de Joaquín Edwards Bello. Pudo haber empezado desde que lo enterraron en este lugar, en 1915, o incluso desde su entierro clandestino, luego de su muerte, en 1891, y que duró cinco años.

Agrega: "Me gustó una frase de Agustín Squella el día de la presentación del libro: "Balmaceda se suicidó ‘forensemente', pero la verdad es que la realidad lo obligó a matarse; o sea, una especie de asesinato colectivo. Entonces esa sensación de injusticia, de creer que ‘todos lo matamos', generó la idea asociada al culto de las animitas, esto de una transición violenta entre la vida y la muerte, injusto, donde queda una herida abierta y el culto lo que hace es sanarla".

"No es un santo de niños"

Pero aclara que la de Balmaceda no es una animita —en sentido estricto— como la de «Romualdito» en Estación Central. "Las animitas son cenotafios, tumbas sin cuerpos. Si existiera una animita de Balmaceda, debería estar donde se suicidó: la antigua legación argentina en Amunátegui con Agustinas. Por eso es curioso que su tumba se transforme en animita".

—¿Cómo ahora llega a ser santo de los escolares?

—Quizás por la cercanía del Liceo Polivalente Presidente José Manuel Balmaceda, que está cerca del cementerio (...) Pero no es un santo sólo de niños. Acá vienen todos: el escolar, el extranjero, la mujer que pide que su marido deje de tomar y la que desea que le pidan matrimonio. Hay de todo. Hoy hay una especie de revisión de su figura que está desvinculada de los tópicos de que hablan los historiadores, las causas y efectos de la Guerra Civil de 1891 o del liberalismo del siglo XIX. Acá se rescata el lado humano del personaje, su singularidad. Y a eso se le rinde culto: al héroe; a la leyenda más que al contexto histórico en el que estuvo metido.

—¿Y qué fue lo que gatilló la construcción de esa leyenda?

—Creo que las escenas posteriores a su muerte: hacer una maniobra para que no lincharan su cuerpo en el camino, sacar un ataúd con ladrillos para despistar; encontrar ese mismo ataúd destrozado en calle Puente; sacar a Balmaceda como si estuviera vivo en un coche taxi, la sensación de miedo a la profanación de su tumba, la difusión de rumores falsos sobre la ubicación del cuerpo. Fue toda esa sucesión de hechos freaks, bizarros y crudos lo que va acompañando la formación de la leyenda.

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