Rodin tenía razón: no es necesario abrir las puertas del Infierno para conocer sus horrores".

En el posmoderno edificio del Museo Soumaya, en Ciudad de México, se halla una de las entradas al infierno. Dicho así parece fantástico. Pero es muy real. En mayo de 2016 una enorme grúa levantó de un camión una escultura de bronce de ocho toneladas de peso y vastas dimensiones y la ingresó a ese edificio. Se trata de La puerta del Infierno, la obra cumbre de Rodin. Ahora esta representación infernal, con sus seis metros de altura y cuatro de ancho, preside el vestíbulo del museo donde asombra y abruma a sus visitantes.

Rodin trabajó más de treinta años en esa escultura que representa la entrada al Infierno dantesco. En la Divina Comedia, esa puerta lleva inscrito el lema terrible: "Abandonen toda esperanza, los que entran aquí". En lugar de ese lema, Rodin inscribió en su puerta un mensaje visual, escultórico. Esculpió en sus hojas, pilares y dintel, representaciones físicas de los dolores y la desesperación infernales. Centenares de personajes aparecen en infinidad de posturas que expresan angustia y sufrimiento. Pero a diferencia del poema dantesco, que detalla con precisión sádica los tormentos del averno, en la puerta de Rodin no vemos demonios con tridentes. Los sufrimientos de la multitud que puebla esa puerta parecen, sobre todo, morales.

Para mí, lo más perturbador de esa escultura es precisamente su condición de puerta cerrada. La obra de Rodin pareciera decirnos que el sufrimiento no comienza cuando se abre la puerta y cruzamos su umbral para entrar al Infierno. El sufrimiento empieza cuando aún vivimos de este lado. Los dolores del Infierno los padecemos en este mundo, entre los trabajos y placeres de esta vida.

Sobre el dintel de la puerta campea la más conocida escultura de Rodin: El pensador. Originalmente, éste representaba al propio Dante reflexionando sobre su obra. Pero es inevitable descubrir que su significado es más amplio. El hombre que medita, sentado sobre la puerta del infierno, representa el dolor de la conciencia que nos revela la fugacidad de nuestros goces, mientras es incapaz de justificarnos la tristeza y la confusión del mundo.

El original de La puerta del Infierno se encuentra en el Museo Rodin de París, emplazado en los jardines. A lo largo de casi un siglo la intemperie ha patinado y oscurecido el bronce. El tiempo, gran escultor, ha continuado la obra de Rodin añadiéndole sombras negras, velos de musgo. El efecto es que, observada en aquel jardín de París, esta escultura de tema infernal se ve todavía más tétrica y desoladora. Pero también parece antigua y remota, como si esa puerta proviniera de una civilización desaparecida que aún creía en el Infierno.

Más arriba escribí que el original de La puerta del Infierno se encuentra en París. Esto es inexacto. La nueva escultura recién instalada en el museo Soumaya de Ciudad de México es tan original como aquella otra. Ambas fueron vaciadas a partir del mismo molde que Rodin dejó para esos efectos.

Sin embargo, este nuevo original parece más poderoso que el primero. Emplazada en el moderno museo mexicano, esta puerta del Infierno, recién fundida y pulida, adquiere una fuerza adicional y perturbadora. Iluminado a giorno con focos potentes de luz blanca, este bronce flamante parece, por momentos, oro. Esta ilusión óptica refuerza el poder la obra. El oro debería ser el material más apropiado para una escultura llamada La puerta del Infierno. También si consideramos que fue el oro de Carlos Slim, uno de los mayores multimillonarios del planeta, el que pagó para traer esta obra hasta acá.

Una gran obra de arte es por definición universal. Apela a todos los seres humanos cuando y dondequiera que vivan. Observando esta obra recién emplazada en México no puedo menos que pensar en este país. Sobre el dintel de la puerta cuelga un hombre desesperado a punto de caer en un nivel aún más bajo del Infierno. Esa pequeña figura me recuerda —por libre asociación de ideas— esos cuerpos que cada tanto aparecen colgando de los puentes y viaductos en algunas ciudades mexicanas. Rodin tenía razón: no es necesario abrir las puertas del Infierno para conocer sus horrores.

Sin embargo, la gente sigue esforzándose por vivir y ser feliz. Cuando salgo del museo a la inabarcable y confusa ciudad de México, veo esta escena. Por la calle pasa un ciego joven llevado del brazo por una muchacha vidente. Se detienen un poco más allá, él busca la boca de ella y la besa.

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