Cinco jóvenes sufrieron un trastorno psíquico a las once horas del sábado pasado: un bólido de color gris, conducido por un enajenado que lucía una carcajada, pasó ante sus ojos. Los jóvenes, un grupo de tuercas mecánicamente VIP, adictos a los autos deslumbrantes, llevaban una hora esperando la aparición del lujo en la rotonda Lo Curro. De manera que, tras disfrutar un corto trance, desenfundaron sus cámaras de fotos equipadas para inmortalizar un valioso exceso de velocidad.

—¡Parece que fue un Porsche 918 Spyder! —gritó Diego Mora, 21 años, habitante de Lampa y un peatón lleno de sueños.

—¡900 caballos de fuerza! ¿Alguien alcanzó a sacarle la foto? —preguntó Martín Aravena, 18 años, que había venido desde Estación Central.

Nadie. El bólido, lamentablemente, sorprendió al grupo meditando la compra de hotdogs. El auto desapareció y los adolescentes bajaron las cámaras. Hablamos de una pandilla con un vicio consolidado: son jóvenes prácticos, entre 13 y 21 años, compulsivos de los motores, que, desde hace cinco años, se instalan todos los sábados en la rotonda y, nutridos de sus cámaras, destinan el día entero a cazar gráficamente autos de lujo. Bólido lujoso que pasa rugiendo, ellos lo retratan. Las fotos las suben a sus sitios de internet, y así, la obsesión se modera por siete días.

—¡Escuchen! —se agitó Nicolás, 16 años, vecino de Huechuraba.

—¿Qué?

—Un zumbido —insistió, y preparó la Canon T5. La prensa aguzó el oído y captó que venía por alguna parte un millonario con el pie en el acelerador. Y, en efecto, una joya de color azul —carrocería de aluminio y seis velocidades— se detuvo a echar bencina.

—¡Un Ferrari 360! —gritaron todos. Los cazadores, víctimas de un shock automotriz, corrieron hasta el auto y lo rodearon. Cada uno disparó ocho clics, desde todos los ángulos. La operación fue veloz: sacaron las fotos y luego se hicieron humo.

—Qué simpáticos —exclamó el conductor, Juan Pablo ("sin apellidos, viejito"), empresario. ¿Le gusta que le saquen fotos a su Ferrari? "No tengo problema", reveló. Dijo que veía a la pandilla a menudo, porque él, añadió, reside en Santa María de Manquehue. Aseguró que sale a pasear los sábados en la mañana en la joya. ¿Y su mujer? "En la casa". ¿Y usted? "Aquí, con la amante", señaló, mientras le manoseaba el manubrio.

—Algunos dueños de autos creen que sus vehículos son personas —deslizó Nicolás.

—Dicen que Enzo Ferrari, creador de la Ferrari, una vez le pidió matrimonio a un auto deportivo —retrucamos.

—No sé. A mí, lo que más me gusta es que sean rápidos.

"Una vez, casi muero…"

"El mejor auto al que le saqué una foto fue a un McLaren P1", avisó Gustavo, 13 años, residente de Santiago Centro. Hay dos en Chile, confesó. Uno es de Marcos Hites, el empresario. El otro es de Juan Carlos Cortés Solari, el empresario. "Yo, una vez, le saqué una foto a un Aston Martin GT12", se ufanó Nicolás. "Y yo, a un Bugatti exclusivo", intervino otro.

—¿Qué ganan con esto? —preguntamos de improviso.

—Nada —dijeron.

—¿Son felices?

—Esto es lo máximo —respondió Diego, con naturalidad.

Es el goce del coleccionista alucinado. Conversan largamente de tubos de escape y de aceleración. Saben, con exactitud, quiénes son propietarios de autos de lujo. Si pasa un bólido, alguno de ellos, inmutable, murmurará: "Es de Rodrigo Wall". Dicen, respecto de ellos mismos, que son amigos, pero ni tan amigos. Son compañeros de adicción desde el 2010. Cada cual se rasca con su propia Canon. Y sacan, cada sábado, cerca de ochenta fotos lujosas.

—A veces nos viene a ver Carabineros.

—¿Qué hacen?

—Nos miran a la cara y luego se van.

—¿Y cómo se llevan con los dueños de los autos?

—Respetan lo que hacemos —resumió Diego.

—Yo, una vez, casi muero —lanzó, dramáticamente, Gustavo.

—¿Qué pasó?

—Me caí al perseguir el McLaren P1 que pasó rajado. Rompí mi cámara y perdí el conocimiento.

Tiempo después, recuerda, el conductor del bólido, Juan Carlos Cortés Solari, se enteró de lo ocurrido y lo fue a buscar. Le dijo: "Súbete a este McLaren P1, vamos a andar por ahí". Desde ese momento, Gustavo ya no saca fotos, pero opina que el señor Cortés Solari es uno de sus amigos.

Llorando en un Lamborghini

—¡Uuuuu! —la pandilla se había estimulado de forma sorpresiva.

Es que apenas se fue aquel Ferrari, apareció en la bomba de bencina un Rolls Royce, conducido por Oscar, empresario del rubro inmobiliario, casado, tres hijos y dos helicópteros. La pandilla perdió el control y retrató el vehículo. Oscar sonrió, aparentemente con el ego inflado, y reveló una lección de vida:

—Los autos de lujo son premios que uno se hace.

—¿Para qué sirve un auto de lujo?

—Para mostrar lujo, pos huevón. Para qué más —contestó, con una risotada.

Después apareció Guillermo, otro empresario, por supuesto, y bajó de un convertible. "Conozco a estos cabros, me parece estupendo que saquen fotos. Es algo sano", apuntó. Todo indica que los modelos de alta gama se han convertido en el factor de cercanía entre los poderosos y los adolescentes. Nunca antes se relacionaron tanto los conductores de buen pasar con un puñado de austeros peatones.

—Yo he invitado a algunos de estos cabros a dar una vuelta en mi Lamborghini —recuerda Guillermo. La experiencia le alteró su sistema de vida: dos de esos adolescentes, incapaces de controlar la excitación, en medio del trayecto empezaron a llorar.

Locos felices

—Uf, el fanatismo es de locos —intervino, tras un llamado telefónico, Jorge Argomedo, uno de los dueños de Argomedo Performance, el taller especializado en autos de lujo. Argomedo dice que el círculo es íntimo. Todos se conocen. "Los que tienen estos autos los cambian cada tres años. Se compran por 100, 200 o 400 mil dólares", relató. Hay obsesivos que todas las noches cubren sus autos con una sábana elegante. Otros les ponen estufas para que el vehículo no pase frío. Según parece, le atribuyen vida a las máquinas y piensan que son fierros con alma.

—Todo lo que sirva para apoyar la industria, como lo que hacen esos jóvenes, me parece bien. Y, bueno, yo fui como esos niños —reveló, a su vez, Ben Díaz, gerente general de Audi.

—¿Qué efecto genera un Lamborghini en los fanáticos?

—Te traslada a la infancia. A esos autitos con los que jugabas.

Cuenta que, desde hace diez años, la cotización de estos autos ha tenido un alza en la bolsa mayor al oro. Aunque, aclaró, la venta, tanto de los autos de lujo usados como los exclusivos, se estancó hace dos años.

Los cazadores, mientras, no se perturban con la inestabilidad del mercado. Siguen enfocando la velocidad, siguen aguardando por el auto imposible. Saben que algunos conductores los detestan ("¡Esos cabros pusieron a mi Mercedes 515 en YouTube!", alegó un empresario del rubro de la salud). Pero el vicio no retrocede.

—¿Cuál es tu sueño? —y dirigimos la pregunta a Gustavo, el menor de todos.

—Tener uno de esos autos. Y ser buena onda con los que le quieren sacar una foto...

Tras una jornada habitual, igual a la de todos los sábados, los jóvenes volvieron a sus casas. Guardaron las cámaras y se fueron caminando a buscar una micro.

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