Me atrae la paranoia conspirativa de Mosciatti, parece vivir en un Chile paralelo".

"Dios nos odia: puso a José Piñera en la tele el mismo día que soltó el Pokémon Go en las calles", tuiteó el 3 de agosto Álvaro Bisama (41).

El escritor, director y profesor de la Escuela de Literatura Creativa en la Universidad Diego Portales y crítico de TV, incluye la aparición de José Piñera en "El Informante" de TVN en una suerte de trinidad mediática donde también figuran la entrevista de don Francisco a Michelle Bachelet el año pasado, cuando ella, con voz quebrada anunció un cambio de gabinete, y el kiotazo de 1992, protagonizado por Ricardo Claro. Tres hitos que reflejan que la TV abierta, pese a su tan evidente y analizada crisis, sigue siendo el espejo donde mejor se refleja el devenir nacional y sus quiebres, sostiene el autor de "El Brujo", su sexta novela recién lanzada.

Antes de hablar de libros, lo situamos frente a la pantalla, mirando "El Informante", para divagar sobre periodismo y TV.

—¿Cómo viste la entrevista a José Piñera?

—Astorga debió haberla cortado en la mitad. José Piñera era impresentable: todo lo que estaba diciendo, el lenguaje para referirse a sí mismo, esa cosa de "la amistad cívica", su percepción de ser un iluminado que venía a defender un modelo en el que sólo él cree. Cuando Astorga cachó que el tipo no iba a decir nada, debió cortarlo.

—¿Estuvo mal, Astorga?

—Era un entrevistado complejo. Y es complicado cuando una entrevista de economía y política se convierte en una comedia y termina como una parodia. Lo malo fue no cortarlo, aunque, claro, era como hacer callar al pastor Soto.

—¿Cómo lo hizo Soledad Onetto en Mega?

—Ella estuvo bien. Iba al grano. Claro que allí ya aparecía prefigurado el lenguaje que le vimos después a Piñera en "El Informante", donde terminó pareciéndose a Ricardo Meruane en el Festival de Viña, con gestos risibles como leer nueve veces la carta de Hábitat.

—Era un espectáculo gracioso…

—Sí, pero al mismo tiempo una comedia del horror, donde el entrevistado era incapaz de empatizar con nadie que no fuera él mismo. Era chistoso que hablara de su regreso a Chile, cuando nunca se ha ido. Si yo fuera Alex Hernández lo contrato para el próximo Festival de Viña —concluye Bisama, que no tiene respuesta cuando le preguntamos qué periodista podría haber manejado mejor a Piñera.

"Yo soy profesor de castellano", se excusa. Tampoco se siente capacitado para analizar lo que algunos señalan como "el nuevo populismo", el de los periodistas bien pensantes, dados a la prédica, a suscribir todo lo que las mayorías piden, a sermonear desde una altura moral donde ellos mismos se instalaron. Cree que algo así existe y no le gusta. "Suscribo la idea de que mucho peor que los censores son los redentores, como decía Hugo Pratt en el Corto Maltés. Esos varones probos, que se sienten por encima del bien y el mal".

No califica a los que están en pantalla, aunque de nuestro Larry King penquista, Tomás Mosciatti, opina: "Me atrae su paranoia conspirativa, parece vivir en un Chile paralelo. Es interesante como señal de época su teoría del complot. Tiempos complicados como los que vivimos son caldo de cultivo para la conspiración".

—¿Lamentas que ya no exista Tolerancia Cero?

—¡Qué bueno que se acabó! Era insoportable ver a cuatro tipos monologando y entrevistando de nuevo a gente como Francisco Vidal. Es algo que nadie podría echar de menos. Fue una ganancia; no una pérdida, más cuando Paulsen terminó como lobista de los abogados de la querella presidencial contra los periodistas de Qué Pasa. Así las cosas, lo mejor era bajar la cortina e irse para la casa.

—¿Qué te parecen los noticieros?

—Me gustaba esa entrevista de Monserrat Álvarez, Carola Urrejola y Constanza Santa María, donde no dejaban que el invitado respirara. Me gustaba la obsesión por el dato y el que no hubiera ego. Sobre los noticieros centrales, es como ver ficción. Como mirar lo que pasa en cuatro países distintos. Para ciertos temas, veo Teletrece; para noticias familiares, Mega; para enfrentarme a un país acosado por las bandas y la delincuencia, Chilevisión.

—¿Y el de TVN para qué sirve?

—No lo sé. Hay cosas que están buenas, pero otras que no. Nunca me ha preocupado quién conduzca el noticiero, pero sí el tratamiento del contenido. Cuando muere Patricio Aylwin, Teletrece se manda un reportaje de lujo y TVN tiene a Claudio Fariña haciendo recuerdos de Aylwin con Piñera. ¡Por favor! Esa es para mí la distancia entre esos cuatro países que aparecen construidos ficticiamente.

"Estoy con Baradit"

La pega de este hombre con cara de niño es esa: construir ficciones. Y lo hace, agarrándose de hechos noticiosos, como en "Ruido", novela que califica de "rara, porque está escrita en primera persona plural y es sobre bandas de rock y un vidente transgénero".

Tan rara no es. Bisama nació en Valparaíso y vivió su infancia en Villa Alemana, en los 80, cuando el vidente Miguel Ángel Poblete se hizo famoso por sus supuestos contactos con la Virgen María para terminar como Karole Romanov. "Mi niñez fue como ‘Ruido': andar en bicicleta, jugar flíper, ver a los militares apostados en la línea del tren".

Cuando se habla de Bisama se alude al movimiento freak power, una ocurrencia periodística de su amigo, el escritor Patricio Jara, que en 2011 agrupó bajo ese paraguas la obra de entonces del hoy superventas Jorge Baradit, del exitoso Francisco Ortega y del más académico Mike Wilson. Ellos representaban la nueva literatura fantástica chilena, donde convivían marcianos, rockeros, muertos vivos, de un cuantuay.

"Yo vivía en Valparaíso y me juntaba a almorzar con ellos. Era amigo de Ortega, por él conocí a Baradit. Después todos hicimos un libro: ‘CHIL3: Relación del Reyno'. Fue una cosa de amistad y resultó muy divertida. Luego cada uno siguió su camino. Pato Jara hizo ese reportaje, que fue una foto de ese momento".

—Ahora es el momento de la historia de Chile, a juzgar por el éxito de Baradit y de "Logia", de Ortega.

—Chile está lleno de etiquetas— dice, fastidiado—. Haces una cosa y te dejan pegado en eso, no te permiten tener diversas miradas. Yo escribí "Estrellas muertas" y pasé de los foros sobre "Star Trek" a los sobre memoria y dictadura. Es lo que ha pasado con Baradit, al que quieren matar los historiadores. Estoy con él; todos tienen derecho a escribir lo que quieran.

—¿Cómo te explicas este boom de los libros históricos?

—Tengo una tesis. Cuando, en 2001, en Argentina surgió el boom de la divulgación histórica, con los trabajos de Lanata y de Felipe Pigna, entre otros, se vivía la época de la peor crisis argentina. Creo que estamos en un momento parecido. La ciudadanía está en busca de respuestas. Y como no las obtiene de sus autoridades, del Estado, de las instituciones, que son los que deben proveer la narrativa de nuestra identidad, recurre a la historia. Busca en el pasado las claves para entender el hoy.

Julio César y Bala Loca

El hoy de Bisama está marcado por "El Brujo". "Cuando estás escribiendo un libro, te vas a vivir dentro de él y se convierte en una máquina con la que lees todo lo que te rodea". Aunque el título podría retrotraernos al frikerío de antaño, no hay magos ni extraterrestres. "Es una novela mucho más tradicional que todas las que he publicado".

Es cierto, pero, igual que "Ruido", está cruzada por un hecho noticioso: el asesinato del fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri. El hijo cuenta la historia de su padre, fotógrafo de una revista opositora durante la dictadura, que ya retirado y en democracia se va a vivir a Chiloé, donde desaparece misteriosamente.

Cuenta que la historia surgió de la nada. "Estaba convencido de que mi amigo fotógrafo Jorge Gronemeyer me había contado sobre una persona que vive alejada del mundo a la que le tocan la puerta dos veces. Él dice que nunca me contó nada así. Me gusta escribir algo que parte de un recuerdo falso".

Bisama parece dulce, pero tiene su carácter. Se levanta varias veces a cerrar la puerta del café donde conversamos. Reconviene a los parroquianos que la dejan abierta.

Quizás se siente en confianza; él, Carla McKay, su mujer desde hace 14 años, y sus dos gatos viejos, viven en el edificio frente al Parque Bustamante, en cuyo primer piso funciona este café.

"El Brujo" está dedicado a Carla, que como el personaje que da nombre a la novela, es fotógrafa. De ella es la foto de la portada del libro, dice Bisama, con orgullo. Y más orgullo debe sentir leyendo lo que escribió sobre ella el poeta Claudio Bertoni, ponderando sus cazuelas, su risa, sus pinturas y la luz de la casa donde vivían en Valparaíso, en 2009.

"Teníamos una casa muy larga, del living al dormitorio había un largo pasillo con tres teles prendidas. Vi mucha tele nacional entonces. Creo, como Foster Wallace, que la televisión se hace cargo de lo que está sucediendo en la calle. Y este momento de crisis la vuelve más interesante". Ha dicho en más de una ocasión que entre una columna literaria, una televisiva y una política no hay mayor diferencia.

"¡Es lo mismo! En todos los casos se trata de contar el objeto del cual te estás haciendo cargo. Me interesa la tele abierta, porque la veo como un mapa de lo que sucede en el país. Los espacios de entretenimiento son espacios políticos. Que en ‘Preciosas' haya una pareja de lesbianas y eso se cuente con una naturalidad total, sin ningún escándalo, saca una foto del país de hoy. ‘Bala Loca' es un hito de la ficción televisiva nacional. Está filmada con elegancia, rigor, pero no resulta agradable de ver. Su protagonista es un personaje hecho de puras paradojas.

—Algunos lo han asimilado a Julio César Rodríguez.

—¡Dios nos libre! A Julio César Rodríguez no le da para ser representado. Por favor, no tiene el espesor.

Bisama sostiene que tal como en los 90 se buscaban las claves de la identidad nacional en las teleseries de Sabatini y en el 2000 en las de María Eugenia Rencoret, hoy hay que mirar lo que hace Sergio Nakasone con los realities. "Ahí están los discursos sobre los cuerpos, los afectos y hasta el lenguaje. Hay que leer los realities como ficción y las teleseries como documentos", sentencia.

Antes de terminar le hablo del gato que aparece en su novela, Copito. El tema lo hace sonreír, a diferencia de la puerta que los parroquianos insisten en dejar abierta y del asunto de las ventas de sus novelas. "Mis libros existen, funcionan, tienen sus reediciones. Preocuparme de la lectoría, no es lo mío. No me importa. Exigirle a la literatura que tenga éxito, no", dice alargando la "o" y levantándose de nuevo a cerrar la puerta.

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Obama también hace listas en Spotify. O más bien la Casa Blanca —el nick es The White House— que se dedica a compartir sus canciones favoritas.

Ayer se compartieron dos selecciones con las canciones que hay que escuchar en este verano (boreal). O como define la propia presidencia: "Un mix ecléctico de canciones seleccionadas una a una".

Hay clásicos como Nina Simone, Aretha Franklin. Miles Davis y Billie Holiday, pero también pop e indie como Fiona Apple y Courtney Barnett. Además hay mucho R&B y hip hop, destacando Jay Z, D'Angelo y Prince.

Pero lo más interesante es que no sólo hay artistas anglosajones, sino que también el brasileño Caetano Veloso con una versión en vivo de "Cucurrucucú Paloma" y Manu Chau y su ya clásico "Me gustas tú".

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