"Acá habrá un museo de la peluquería", asegura Cristián Lavaud (53 años, casado, dos hijos). Sólo se ven afeitadoras, peinetas y sillas amontonadas. "Las clases las haremos aquí. Y vamos a vender recuerdos", cuenta frente a una pieza repleta de cajas, libros, tocadiscos, mientras saca bigotes postizos y sillitas en miniatura. Porque el dueño de la Peluquería Francesa y del restaurante Boulevard Lavaud (fundado en el 2003) habla como si visualizara el proyecto consumado.

A fines de este año inaugurará su Escuela de Barberos. Será su plataforma sobre la que quiere proyectar una especie de invasión de la Peluquería Francesa: franquiciar locales en barrios, expandirse a regiones y potenciar la marca.

Además, contrató un jefe de barbería (ver recuadro), trajo jóvenes profesionales y mantuvo a algunos clásicos: Emilio Sepúlveda (65), Manuel Cisternas (70) —que partió cortando el pelo a los 15— y René Rodríguez (70), que con 50 años de experiencia ahora se está capacitando en Nueva York.

"La idea es que venga gente con conocimiento de peluquería y se quiera incorporar al mundo de las barberías. Porque no es lo mismo. Y acá daremos los tips básicos, los instrumentos, la higiene, herramientas, como el esterilizador", explica.

Ellos ocupan equipos nuevos como una autoclave para esterilizar los productos. Traerán cremas, shampoos y accesorios de moda que se suman a las sillas centenarias, cuadros y memorabilia como los discos de oro de Los Tres y La Ley. "Ellos se cortaban el pelo cuando vivían acá en los '90 y nos reglaron esos discos", aclara.

Lavaud sabe que ahora hay un auge de barberías en la ciudad. Todas de alguna manera "inspiradas" en él. Incluyendo detalles, como humedecer la barba con un paño caliente o tomarse cerca de 40 o 50 minutos en cortar y afeitar.

"Y está muy bien que existan. Eso genera movimiento y hace que el negocio permanezca. Pero lo bueno es que somos la barbería más clásica y cool; no tenemos que demostrarlo", dice Cristián. "Queremos fusionar lo clásico y lo hipster", se ríe.

—¿Crees que si resulta el proyecto serán un referente en Chile?

—Ya lo somos. Nos visitan, y hasta para la Copa América mostraban nuestra peluquería para promocionar Chile. Nuestra Escuela de Barberos generará vocaciones y apasionados por la peluquería masculina, porque esto no es una pega que haya que cumplir. Es una pasión. Por eso yo estoy buscando gente nueva y apasionada. Somos sobrevivientes.

"Todo el mundo decía que estaba loco"

Lavaud ya vivió este proceso en 1996, cuando se le ocurrió convertir la histórica casa terremoteada donde el local (fundado en 1868) se trasladó en 1925. Mientras sus amigos veían escombros, cachureos y basura, él veía un lugar. O, más bien, la memoria de su abuelo recuperada.

Lo confirma Marisol Villalobos, su esposa y socia del proyecto. "Todo el mundo decía que estaba loco. Nadie veía lo que él veía. Y yo lo acompañé. Bueno, 20 años llevo ya con este personaje. Me traía para acá y se paraba en una esquina; estaba todo trizado, abandonado, y decía «Pucha, era la casa de mi abuelo». En esa época solo la peluquería seguía funcionando".

El local estaba en manos de Manuel Cerda, el peluquero regalón del local. Emilio Lavaud —tercera generación de los franceses fundadores— se la heredó a él en vez de a sus familiares. Hasta que el ingeniero en medio ambiente Cristián (el único empresario, de 6 hermanos) llegó a un acuerdo con él. Ya había logrado adquirir el edificio, pero quería recuperar la peluquería y convertir todo en un complejo gastronómico-cultural. Un insólito negocio que quizás en su mente ya había cerrado antes de hacerlo.

"No tenemos nada que envidiarle a ninguna otra barbería del mundo", dice, mostrando fotos de un tour por las barber shop europeas. Acaba de llegar de un viaje para celebrar sus 20 años de matrimonio y, a la vez, "compartir experiencias" con barberías de Londres, Holanda y Francia. Se cortó el pelo, se afeitó ("me salió 80 lucas"), tomó fotos, revisó los productos con que trabajan y conversó con el equipo. "Según Google, hay una sola barbería más antigua en el mundo: Truefitt & Hill, fundada en Londres en 1805. Después estamos nosotros".

¡Qué se cree Portales!

En la maleta se llevó "Historia secreta de Chile", el best seller de Jorge Baradit. Y quedó tan impactado por la historia de Diego Portales, que lo primero que hizo a la vuelta fue ir al cementerio. "Me gusta la historia, sobre todo la del barrio. Antes de que el concepto de lo patrimonial se pusiera de moda. Por eso me dejó sorprendido lo conchae... que fue Portales con Constanza Nordenflycht. ¡Qué le costaba reconocer a los hijos! Tuve que ir a dejarle flores", cuenta.

—Eres impulsivo, entonces.

—Parece (sonríe).

—¿Lo heredaste de tus ancestros franceses?

—Uhm. Puede ser. No sé. Cuando fui a visitar las tierras de los Lavaud, en Pomerol (Francia), descubrimos que era una familia ligada a dos cosas: el pan y el vino. Tenían un molino con ese nombre y se hacían vinos con denominación de origen. Estuvimos a punto de traer la marca para acá, pero no pudimos.

Cristián recorre pasadizos que conectaban piezas, pasa por el "Almacén" (su tienda de abarrotes donde aún ocupa básculas, caja registradora y mostradores antiguos). El restaurante funciona a full y ha renovado su carta de comidas.

El patrimonio

Lavaud cruza la calle con un manojo de llaves. Se alegra de que el centro cultural NAVE se haya integrado al barrio. Saluda a una señora cuya casa estuvo a punto de incendiarse. Y entra en el lugar donde va a estar funcionando su escuela.

—¿Pero has buscado figuración? Pienso en Marcelo Cicali y el Liguria, que hasta tiene programa propio…

—No. Igual yo creo que debería saberse más la historia. Pero es que uno está con la mente acá nomás.

—¿Qué piensas del concepto patrimonio, ahora que se usa siempre?

—Que debería ser en serio. Muchos se llenan la boca, pero sólo para las elecciones o para el Día del Patrimonio, donde todo es bonito. Acá, los que tenemos negocios nos hemos unido y participamos con la comunidad. Pero no puede ser que los trámites para todo se demoren tanto.

—¿Has padecido la burocracia?

—Es más que eso. Es no poder hacer las cosas que quiero en la casa de mi propio abuelo. Pero hay que seguir adelante. Una cosa es el restaurante y otra, el romanticismo de la peluquería. Con el primero se paga todo el resto.

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