Empatizo con Erika Olivera. Entiendo su ostracismo, el chantaje que sufrió y el silencio que guardó por años".

Fue un día de octubre de 2005. Dos funcionarios de la PDI llegaron a la casa de Katherine Salosny. De pronto, le hicieron una pregunta que, ahora lo sabe, ahora que ha transcurrido más de una década, esperaba hace mucho tiempo que alguien se la hiciera:

—¿Hay antecedentes de abuso sexual en su familia?

Ella no pudo responder en ese momento. Pero sí varios días después. Cuando lo conversó en privado con su mamá y su hermana y decidieron que ya era tiempo de hablar.

Contarlo no fue premeditado. Un hecho esencial gatilló que quebrara el silencio que mantuvo por casi 30 años. "Fue cuando Investigaciones me contó lo que pasaba con mi padre: estaba denunciado por la familia de una niña y me pidió colaboración. Y uno no puede quedarse callada en una circunstancia como esa".

Poco después, en un tribunal, entregó un crudo relato que partió cuando era niña y se prolongó hasta que cumplió 18 años. Y que sólo se detuvo cuando se fue de su casa.

Lo que no esperaba es que una semana después su testimonio apareciera en la prensa. "Se hizo público y lo agarró la farándula en portada. Fue como vivir un doble abuso. Era muy fuerte llegar a mi trabajo y que estuviera la farándula preguntándome que qué me habían hecho y por qué denunciaba ahora. Fue súper violento, porque no era un espectáculo".

—Con el tiempo, ¿has pensado por qué nunca denunciaste?

—Porque fue un camino silencioso. Un tema difícil de abrir, de verbalizar. Para quienes hemos vivido el abuso, el componente de la culpa no es menor. Cuando uno es tan niña siente que hubo participación y no entiende qué está pasando. Y eso te esconde, te retrotrae. Por eso me molestó que, pese a todo el apoyo que recibió Erika Olivera, también hubiese gente que se preguntara ¿y por qué lo cuenta a los 40 años? Eso es ignorancia. Es no entender el abuso.

Y agrega: "Estadísticamente, se sabe que en promedio hasta los 26 años puede recién abrirse el tema y aceptar lo que a uno le pasó. Es complejo. Muy delicado. Son los seres en qué más confías en tu vida. Tus padres, tu círculo más íntimo".

Entender a Erika Olivera

Han pasado 11 años desde que su padre fue condenado por el caso en que ella y su hermana colaboraron y, poco a poco, Katherine Salosny —animadora del Matinal Mucho Gusto de Mega y uno de las mujeres mejor evaluadas de la TV— está decidida a convertirse en una voz potente de denuncia y acogida a quienes son y han sido víctimas de abusos.

No sólo ha sido rostro de campañas de prevención. También ha dado charlas, presentado el libro "Violencia sexual contra la infancia. El avance legislativo y sus desafíos" junto al senador Patricio Walker y, desde hace dos meses, forma parte del directorio de la Fundación para la Confianza que lidera José Andrés Murillo, uno de los denunciantes del sacerdote Fernando Karadima. Allí comparte roles con Juan Carlos Cruz, James Hamilton, Carolina Schmidt, Juan Pablo Hermosilla y Alberto Etchegaray, entre otros.

Junto a la Fundación, que recibe 20 casos a la semana, Katherine Salosny está en la cruzada por modificar la ley que impide la prescripción de los abusos sexuales a menores, un tema que se reabrió tras el testimonio a Revista Sábado que dio la atleta Erika Olivera, al denunciar que fue abusada por su padrastro desde los cinco a los 18 años.

"Empatizo con Erika Olivera. Entiendo su ostracismo. Entiendo sus ganas de salir adelante sola a través del deporte. Entiendo el chantaje que sufrió y el silencio que guardó durante años. Ella nos hizo un regalo con su relato. Es una luz de alerta, tal como fueron Hamilton, Murillo y Cruz en el caso Karadima, en cuanto a que en Chile es urgente cambiar la ley de protección al menor".

—¿En qué aspectos?

—En que no prescriban los casos. Acá no hay abogados ni jueces especialistas, como en otros países. La reiteración de entrevistas en los abusos significa una revictimización. Debiera haber un ente independiente del gobierno, un defensor del niño, un organismo que acompañe a las víctimas. Porque está comprobado que si un niño se rehabilita en un entorno sano, puede salir adelante. Pero con un buen sistema judicial. El abuso es posible sanarlo, pero deben estar las herramientas para que eso suceda.

Pacto de silencio

Muchos años después su sicoanalista le dijo que fue un acto de resiliencia. Tenía 16 años y estudiaba en el colegio Redland, cuando en un pijama party con sus amigas del curso se los contó. "No sé por qué lo hice. Quedó como un secreto de amigas. Y con los años, cuando nos volvimos a juntar, ahora de adultas, me lo recordaron. Y una de ellas me dijo: ‘Kathy, he vivido con culpa todo este tiempo, porque no hicimos nada'. Me contó que estuvo a punto de decírselo a su mamá y a la profesora. Pero que no lo hizo porque habíamos hecho un pacto de silencio".

—¿Y cómo fue contarlo para ti?

—Muy sanador. Fue muy importante verbalizarlo, porque ahí parte mi conciencia. Después, a los 18 años busqué trabajo y me fui a vivir sola. Luego me vinieron las crisis de pánico. Fue el inicio de ir al sicólogo, porque no sabía lo que me pasaba. Incluso fui a un neurólogo, porque pensé que tenía un tumor en la cabeza. Entonces me mandaron a un siquiatra. Y al final, las crisis de pánico tenían que ver con esa contención que necesitaba desbloquear.

—¿Cómo fue irse a vivir sola y en ese contexto?

—Algo pasa que uno saca fuerzas. Así partí hasta que se me empezaron a dar las oportunidades de hacer un tratamiento, pero sin enfrentar ni entender muy bien todavía el tema. Pero sí sabía que había un largo camino por delante. Después de un año entré con una sicoanalista.

—¿Luego vino la televisión?

—No, entremedio la tele. Las crisis de pánico me venían antes de salir al aire, en el Extra Jóvenes, a los 19 años. Para mí esas crisis de pánico eran la niña asustada, la niña defendida, la niña que necesitaba salir de ese espacio para que alguien la tomara en brazos y pudiera llorar tranquila.

—¿Y cómo fue guardar este secreto y salir en televisión con la cara contenta?

—Y animar al público… Pero me sirvió mucho. Porque siempre tuve un lado lúdico y lo puse al servicio de la sobrevivencia. Eso fue así. El Extra Jóvenes me ayudó mucho, porque era una espacio de improvisación donde me sentía apreciada, valorada, y que me empezó a dar recursos para poder tener más autonomía y empezar un tratamiento sicológico para salir adelante. Y así me empoderé.

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