Les digo a mis amigos que en cuanto empiece a pelar el cable, me avisen".

"No me ofende que me consideren frívolo. Me encanta que haya frivolidad en mi vida y creo que en algunos casos ser superficial puede ser consecuencia de un recorrido existencial profundo. Tienes que estar muy bien contigo para que los problemas no te achaquen. ¡Cuánta gente busca ese estado a través de Ravotril! Los chilenitos son expertos en medicarse para poder funcionar y andar contentos. Eso a mí se me da natural y lo refuerzo con meditación".

Mario Azócar, rebautizado Tashi el 98 en un rito dhármico en Miami, es un chileno atípico. Considerado "el chamán del carrete nacional" por La Cuarta, es el discípulo más aventajado de Guy Burgos, jetsetero nacional que fue uno de los cancerberos más feroces del mítico Studio 54 en Nueva York; el que decidía quién entraba y quién no; el que sabía mezclar a jóvenes anónimos y bellos con las celebridades más top de mediados de los 70 y comienzos de los 80. Mario era uno de esos jóvenes bellos que entraban al VIP de la disco donde, dicen, se aplicaba la máxima del artista William Blake: "El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría".

Tashi se resiste a confesar la edad. "Ponle que estoy en los early fifties o dime qué edad crees que tengo y pon esa", dice, coqueto, recordando un comercial de tintura, producto que él no usa, porque desde hace años luce una cuidada cabellera blanca. "A los 25 tuve las primeras canas, a los 35 unos mechones grises en las sienes, a los 45 dije chao y me entregué. Una vez me teñí el pelo, con un producto tipo shampoo, de efecto muy sutil, según me engrupieron en la peluquería. De sutil, nada. Estaba en la fila del andarivel en La Parva, cuando mi amiga Constanza Pellegrini, la mujer de Julito Bouchon, empezó a gritar: ‘¡Tashi, cola de zorro! Tienes el pelo blanco, negro y amarillo, igual que esas colas de zorro que cuelgan en las antenas de los taxis'. Me cagó", se ríe. Luego reconoce que le complica la edad; "hoy hasta a un pendejo de 40 le dicen viejo". No le gustaría llegar a los 97, como su amiga Julita Astaburuaga, la legendaria socialité que era inseparable del también fallecido decorador Juan Picand, a quien Tashi llama "my soul mate". "La July estaba perfecta hasta el final; para mí sería mucho. Les digo a mis amigos que en cuanto empiece a pelar el cable, me avisen".

Con un círculo enorme de amistades, Mario Azócar ha estado tras varios de los más famosos lugares de encuentro de la élite chilena, partiendo por El Otro Pub en los 80, cuando la calle Suecia era "lo" top, hasta el Tantra Lounge, en Bellavista, que dio inicio a las fiestas electrónicas a mitad de los 90. Hoy es socio del grupo Mass, agencia de comunicaciones que se dedica "al entertainment. Ese es mi negocio".

3 chiflados en El Golf

Mario Azócar Pereira de Castro, su padre, fue gerente general de la agencia de publicidad J. Walter Thompson en Chile y descendía de un barón portugués. Silvia Bustos Lorca, su mamá, lo tuvo a los 22. Luego llegaron su hermana y su hermano, que se hizo publicista y satisfizo todas las aspiraciones paternas que él no cumplió. "Siempre fui rebelde, mal alumno en el Craighouse. Vivíamos en la calle Del Inca y mis amigos eran del Perno Divino, y pololeábamos con las niñitas del Villa María, que usaban minis cortísimas y andaban pintadas como puerta".

A los 12, su papá le regaló una moto y a los 15, "un FIAT 600 que estacionaba a dos cuadras del colegio; no se permitía que los alumnos llegaran manejando. Mis papás eran relajados y siempre hice lo que quise. No estudiaba, fumé marihuana cuando los más grandes lo hacían, porque era un pendejo asomado. Mi mamá me decía ‘¡ya está con los ojos rojos!'. Y yo me reía de puro volado".

La plácida vida de los Azócar Bustos cambió cuando salió elegido Allende y JWT cerró su operación en Chile. A su padre le ofrecieron una gerencia en Londres, París o Buenos Aires. Escogió esto último. Mario entró al exclusivo St. Andrew's Scots School, donde era tan mal alumno, que debieron sacarlo para que no lo expulsaran y terminó la secundaria en "una especie de Marshall de allá". Pero los Azócar caían regio. "Mi hermana era linda y estaba llena de novios. La vida social era intensa. Aprendí a acostarme muy tarde y descubrí mi vocación por la noche y el carrete".

Durante las vacaciones, en enero, vivían el glamour y las fiestas en Punta del Este, pero, en febrero, Concón era el sopor total y la vecina Reñaca "también estaba sometida al toque de queda después que cayó la UP y llegaron los milicos".

El día que su papá les contó que volvían a Chile, "nos quisimos morir. Habíamos pasado 5 años increíbles en Buenos Aires y Santiago nos daba un lata terrible, pero mi papá estaba muy motivado con demostrarles a los gringos que el país saldría adelante. La única que logró librarse de volver fue una nana mapuche de Pitrufquén que nos habíamos llevado y que se casó allá con un gendarme".

—¿Cómo te sentiste al volver?

—Caché esa cosa aplastante que tiene Chile. El doble estándar, la gente fome, cagada de susto, poco audaz. Fea, además, con una genética diferente a la argentina. ¡Y nuestro tonito al hablar! Ahí comprendí por qué al principio en Buenos Aires no me entendían nada y me hacían bullying. ‘¿Qué querí, poh, chilenito?' —imita con voz meliflua—. Por eso yo hablo claro y se me pega al tiro el acento argentino.

En Santiago intentó estudiar diseño hasta que convenció a su papá de que le pagara la carrera de Hotelería y Turismo en Miami. Estaba en eso, cuando un amigo le contó que estaban buscando sobrecargos para Braniff. Fue elegido entre 2 mil postulantes y al cabo de un año era supervisor de vuelos. "Los layover eran de 5 días en Nueva York, 3 en San Francisco, 4 en California, 3 en Lima; ahora apenas paran unas horas. Entonces no había nada en Chile y yo traía todo tipo de matute. Junté mis lucas y en 3 años me había comprado un departamento, tenía un auto último modelo, me iba estupendo".

—¿Eres pudiente?

—Tengo un buen pasar, pero he gastado harto. Mi familia siempre tuvo buena situación. El papá decía que las cosas son para disfrutarlas. Era generoso. Tenía un avión, volaba con sus amigos, con mi mamá. Compró un refugio en La Parva, porque adoraba esquiar. Hoy ese departamento es mío.

Tiene otro en pleno barrio El Golf. Un dúplex remodelado, con jacuzzi y gran terraza en la azotea. Desde su dormitorio con vista al Manquehue saluda con la mano a Juan Salinas, la Mane Swett, Gonzalo Valenzuela, la Nina Mackenna, a Rafael Guilisasti y una larga lista de privilegiados vecinos. Son 300 metros cuadrados, de sofisticada decoración que comparte con Tiago, su perro Beagle; y Jenny Johnson, su nana. "Somos los 3 chiflados", dice. Y cuenta que en uno de sus años sabáticos arrendó a una pareja de franceses el departamento, incluyendo a Tiago y Jenny.

Tulum, el lugar que la lleva

Mario es de trabajar 4 años y descansar 2. Sus famosos "sabáticos", cuando Chile lo intoxica. Le pasó después de sus años más agitados, cuando tuvo 7 negocios funcionando en Santiago, Pucón, El Colorado y Marbella.

"Dije basta; el cuero ya no me daba. Tomaba mucho y empecé a hacer cosas medio destructivas. Y justo se murió el papá, a los 59 de un cáncer y me di cuenta de lo corta que es la vida. Además, heredé unas luquitas".

Se compró un departamento art decó en South Beach, Miami. Vio el florecimiento de ese sector, "donde estaba la gente más linda del mundo. Todo Hollywood se trasladó para allá. El ambiente era hippie chic y el clima durante 8 meses del año perfecto. Ni Ibiza ni Saint-Tropez tuvieron tanta magia. Fue maravilloso. Pero, como siempre pasa, se masificó; llegó la chusma y hoy es una picantería".

La enfermedad de su mamá lo obligó a volver. E instaló Tantra Lounge en Bellavista. "Fue la peor cagada que pude haber hecho. El éxito duró tres años, pero invertí tanta plata, que no fue negocio". Tuvo además la peor experiencia de su vida: en 2007 lo detuvieron por posesión de drogas en Pucón, aunque fue su socio de entonces, Paul Morrison, hijo de la ex diputada Angélica Cristi, al que le tocó la peor parte. Estuvo preso casi dos meses. "Esa fue una persecución política. En ningún país civilizado del mundo detienen a alguien por tener dos pitos para su consumo personal, que era mi caso. A Paul ‘le pusieron' en el auto un paquete con yerba, pero fue un montaje", dice.

—¿Después de eso volviste a irte de Chile?

—Sí, esperé que Paul saliera libre y me fui a Arraial d'Ajuda, en Bahía, Brasil, donde con la Cata Pulido y su marido de entonces, el Chino Reyes, instalamos una pousada maravilhosa que tuvimos durante 5 años —dice con su pronunciación de baronese portugués, muy chique, idioma que usa cuando quiere conquistar.

—¿Y por qué siempre regresas?

—Siempre hay alguna razón, pero me cuesta. Por suerte soy muy open mind y respetuoso. Eso lo aprendí en Estados Unidos. En Chile, en cambio, vivimos rodeados de inquisidores que se sienten con derecho a apuntarte con el dedo. Estamos rodeados de viejos rancios que no aceptan a los gays y son capaces de echar a un hijo o hija de la casa por esta razón. No aceptan la salida del clóset, que es una conducta mucho más honesta que el ocultamiento, y dicen cuestiones tan poco humanas como ‘a mí los maricones me cargan'.

Mario que estuvo casado durante 4 años, no oculta su condición gay, pero prefiere no hablar de sus amores. "Mi época de mujeres duró hasta que me terminaron rasguñando la cara. O hasta cuando una niñita tomó pastillas cuando me pilló con otro, porque hablemos las cosas como son: yo he probado de todo. Pero he descubierto que con lo que más feliz me siento es cuando logro conectarme conmigo mismo y con Dios. Por eso, hoy no tendría una pareja bajo el mismo techo. Valoro cada vez más mi espacio. Ya no tomo trago, no fumo, y de vez en cuando me pego un par de pitadas cuando quiero esquiar volado, como cualquiera.

—¿Cómo asumes que te pelen?

—He optado por el ho'oponopono: perdón-lo-siento-gracias-te-amo. Si tú me estás tirando una mala onda, yo digo: problema tuyo. Como dicen los españoles, paso de… No me quedo pegado.

El reiki, la meditación, los masajes ayurvédicos, lo mantienen en equilibrio. Y así logra preservar su vida, el amor y la risa, que es lo que le parece lo más importante. "Hay que celebrar el estar vivo y tener el corazón abierto".

—¿Qué te carga de Chile en lo más concreto?

—Dos cosas que no soporto son la farándula y el reggaetón. Por favor, no vengas a mi fiesta electrónica a pedirme que cambie la música y te ponga un reggaeton. En eso, mis socios transan; yo no. En mi época, bailar cumbia y salsa ya era medio atroz, pero ahora hasta las niñitas bien piden reggaeton, y a mí me parece fatal. Lo otro que detesto es la farándula. Todos esos programas sobre gente que su único mérito es haber pasado por un reality y que se pelan unos a otros. Yo soy frívolo a mucha honra, pero no soy de la farándula.

—¿En qué te imaginas a futuro?

—Planeo consolidar Mass, mi empresa, y tomar el sabático correspondiente en un par de años. Ya sé dónde: Tulum, Tulum, Tulum —dice como un mantra.

Y agrega: "Es como un pequeño Ibiza de los años del flower power o como cuando partió South Beach. Y como está declarado patrimonio cultural por sus ruinas mayas, no le pasará como a Playa del Carmen, que está convertida en una rotería".

LEER MÁS