El publicista argentino Guido Dodero (32) vivió en Barcelona y Heidelberg. Cuando regresó a Buenos Aires se encontró con un clima inhóspito que inspiró un singular emprendimiento: The Break Club, una casa ubicada en Palermo donde los clientes pueden romper lo que quieran con un bate de béisbol, desde botellas hasta televisores y monitores. Por un asunto de seguridad deben vestir mamelucos y cascos protectores pero, dentro de la habitación destinada para los destrozos, no hay leyes. Ahí impera el descontrol o, digamos, el placer de volverse loco por media hora con el fin de liberar endorfinas y combatir el estrés.

El negocio ha sido tan exitoso que Dodero pretende llevarlo a Santiago. "Hay un proyecto en Start-up Chile. Estamos tanteando el mercado".

—¿Qué viste cuando regresaste que te llevó a pensar en que este sería un buen negocio?

—Vi esa cosa del argentino de jactarse de sus problemas. Acá aprendimos a vivir con esa desesperación, pero cuando lo ves desde afuera dices "no creo que esto sea sano". Siempre se ha hablado de Buenos Aires como la ciudad de la furia y todo el cliché, pero es verdad que tenemos una violencia implícita que refleja nuestro lenguaje. Por ejemplo, decimos "te robo una goma". ¿Por qué hablamos de robar? Así también decimos "hoy tengo ganas de romper todo". Eso fue un detonante.

—La posibilidad de expansión del negocio habla también de un instinto universal hacia la destrucción.

—La violencia es inherente al ser humano. Un gran concepto que define nuestro emprendimiento es "volver a las raíces". El trabajo del psicólogo va de la mano del deadline que impone el jefe que no tuvo sexo la noche anterior. El psicólogo no te da de alta hasta que no le interesa darte de alta. Se está pagando las vacaciones con tus sesiones. Y así nos vamos imponiendo un montón de deadlines, una linda palabra para decir algo horrible que es la muerte del tiempo. Todo eso es contraproducente para lo que llevamos adentro que es mucho más animal. Necesitábamos un lugar que se comunique más con el animal que con el tipo de traje que debe cumplir un rol social.

—En Facebook algunos aseguran que esto es mejor que ir al terapeuta. ¿Están llegando a lugares no abordados por los especialistas?

—Cuando partimos hablamos con pedagogos y psicólogos de distintas corrientes, pero yo lo definiría más bien como un entretenimiento con una terapia disfrazada. Si entro a un lugar y me recibe un tipo con túnica, barba y olor a incienso que me dice "vamos a meditar" tengo que estar muy alineado con eso, si no me asusta. Con el psicólogo pasa lo mismo. The Break Club tiene barreras de entradas más bajas. Algunos clientes han comparado la experiencia con hacer yoga o tener sexo. Hay algo que sucede que tiene que ver con llegar a un clímax, entender los límites en los que te manejas y darte cuenta de que no hay un acantilado después.

—¿No temes que alguien termine cometiendo un asesinato a la salida?

—Eso no ocurre. Yo lo llamo el fenómeno Hulk. Hay gente que pregunta: ¿qué pasa si me vuelvo loco y después no me pueden parar? Es que te da miedo. Como especie queremos sobrevivir. Además, tenemos una sala de relajación.

—¿Qué es lo más raro que has visto?

—Una chica que tenía globofobia. El novio le trajo 300 globos y ella se metió a romperlos. Nunca escuché a alguien gritar tanto como ese día. En un cumpleaños están todos felices de que haya globos, pero no sabemos que hay alguien que está sufriendo. A esta chica le pasaba eso.

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