¿Por qué sigues subiendo el Everest?

—Con esta última expedición me convencí de que tengo una teja corrida. Está bien una o dos veces, ¿pero tres?

En estricto rigor, Rodrigo Jordan (56) ha estado una docena de veces en el Everest. No sólo en 1992, 2012 y ahora, hace dos semanas, donde logró el hito histórico de ser el tercer hombre del planeta en lograr la cumbre del macizo por sus tres caras (dos sherpas comparten el podio), sino también decenas de expediciones como jefe de equipo de escalada y trekking.

No sabe cuántos kilos bajó en esta última hazaña, pero está evidentemente más delgado. Llegó con dos dedos negros e hinchados producto del congelamiento. "Me equivoqué al elegir los guantes", admite.

El 25 de mayo, a las 10:15 horas, Jordan —junto a Juan Pablo Alcalde, Misael Alvial y Bristoldo Urzúa— hizo cumbre por la famosa ruta del Collado Norte (Tíbet), la misma que intentaron en 1924 los pioneros George Mallory y Andrew Irvine, que desaparecieron en dicho intento dejando abierta por años la incertidumbre sobre si habían alcanzado o no la cumbre.

Asimismo, esta ruta costó la vida de Víctor Hugo Trujillo, su gran amigo y compañero de cordada, quien falleció en la expedición de 1986 (ver recuadro).

El equipo se aclimató en la ruta clásica por Nepal durante un mes, antes de iniciar la aventura por el lado tibetano, a cuyo campamento base (5.300 metros) se llega en auto. Antes de eso, visitaron a Conrad Anker —norteamericano que encontró el cuerpo de Mallory en 1999— que montó una escuela de montaña en la zona.

—¿Tu primera misión fue encontrar la tumba de Víctor Hugo Trujillo?

—Venía con eso en la cabeza. Tenía algo muy fuerte dentro mío respecto de reencontrar el lugar donde lo habíamos dejado en 1986. Si no resolvía ese tema iba a ser muy difícil subir.

—¿Estaba en el mismo lugar?

—Cuando formamos el campamento base avanzado, a 6.350 metros, decidí caminar hasta la base del Collado Norte. Iba mirando para intentar reconocer el lugar donde dejamos a Víctor Hugo, que era un sitio protegido, con una pared de rocas y sin riesgos de avalanchas. En el camino reconocí dos sectores que podrían ser; fuimos al Collado Norte, y a la vuelta escogí uno de esos dos lugares, y ahí estaba.

—¿Tal cual?

—No estaba la tumba que armamos con las piedras ni la cruz de madera.

—¿Qué había?

—El cuerpo.

—¿A la vista?

—Se veía una parte, estaba debajo de una roca.

—Fuerte.

—Muy fuerte. Fue como cuando hallaron a Mallory: reconocí el cuerpo y la ropa. Me emocioné, me puse a llorar, llamé a Misael (Alvial), pero llegaron todos. Identificamos los cortavientos que ocupamos esa vez. Ahí estaban sus iniciales: VHT. Era él. Tapamos con piedras, y dos días después hicimos un monolito con banderas y una placa que nos pasó la familia. Hicimos una ceremonia donde cada cual oró de acuerdo a sus creencias. Yo ahí quedé en paz para poder subir la montaña.

—¿Cuando alcanzaste la cumbre, Víctor Hugo volvió a tu mente?

—Por supuesto. A la vuelta de la cumbre pasé a despedirme, y le dije: «Compañero, terminamos la pega, treinta años después».

"Ibáñez fue muy obediente"

—¿Cómo fue el momento en que Eugenio Guzmán, jefe del equipo, decidió bajar a Nicolás Ibáñez?

—Estábamos en el campamento 3 a 8.300 metros, una locura de alto. Esa noche comimos tallarines con carne, comida liofilizada. Armamos las tres cordadas, donde yo fui con Juan Pablo Alcalde, Nicolás Ibáñez con Misael Alvial y Gabriel Becker y Bristoldo Ruiz con Kiko Guzmán. Son sólo 600 metros, pero se hace muy largo. Salimos a la medianoche. Habíamos superado el primer escalón chino, y antes del segundo, muy cerquita del amanecer, a 8.600 metros y con 30 grados bajo cero, se dieron cuenta de que Nicolás tenía indicios de congelamiento en las manos y que era muy arriesgado seguir subiendo.

—¿Te pudieron avisar?

—Sí. Yo estaba 100 metros más adelante. Me llamaron por radio y me dijeron que se devolverían. El decía que tenía mucho frío en las manos; le sacaron los guantes y se las metieron debajo de las axilas y se las recuperaron. Pero estaban muy heladas, y por prevención tomaron la decisión de bajar.

—¿El estuvo siempre de acuerdo en que lo bajaran estando a solo 200 metros de la cumbre?

—Fue muy obediente. Así son las reglas del juego en cuanto a las decisiones y él ha ya estaba adaptado a esa forma de operar. Bajaron junto a él Kiko y Gabriel hasta el campamento 1, sin inconvenientes. La decisión se tomó en un buen momento.

—Es clave que no pase lo del doctor boliviano Nils Antezana, que falleció a 8.400, después de ser abandonado por su guía argentino Gustavo Lisi.

—Claro, si tienes un compañero que está en una situación complicada se baja. Eugenio Guzmán tomó una gran decisión, y a tiempo. Ibáñez terminó muy conforme, y celebramos en Katmandú con los sherpas incluidos.

—¿Por qué Eugenio Guzmán fue el jefe de la expedición?

—Mi responsabilidad como líder es precisamente formar nuevos líderes. Me pasó a mí el 89 y el 92, cuando Lucero me nombró jefe, estando él ahí para apoyarme. Al terminar la aventura y con lágrimas en los ojos, lo felicité y le dije que el éxito de la travesía, en gran parte, fue gracia a él.

El día de la tragedia

La cornisa que se llevó a Víctor Hugo

La expedición de 1986 intentaba poner a Chile por primera vez en la cima del Everest. Fue organizada por la PUC. Se preparó durante dos años bajo la tutela del profesor de montaña de dicha casa de estudios, Claudio Lucero. Entre los veiteañeros estaban Rodrigo Jordan, Fernando y Cristián García-Huidobro y Víctor Hugo Trujillo. El 16 de agosto, estando a 7100 metros en el Collado Norte, Trujillo pasa por una cornisa de hielo que colapsó a su paso, provocando su caída y su posterior fallecimiento.

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