Mi mamá es carretera. Pero jamás ha fumado marihuana". Gonzalo Meza

Ingresa a escena y admite, excitada, que es un ángel. Delfina Guzmán, 88 años, cerebro en plenitud y cuerpo en parcial estado de gracia, la madre de cuatro hombres de pelo blanco, la abuela de varios hippies de la nueva era, la señora que es mitad salón y mitad pueblo alzado, según parece actúa por última vez sobre una tarima de teatro. Estamos presenciando un hecho bíblico, el momento final de un currículum.

—¿Por qué me los quitaron?— aúlla la actriz desde el escenario, refiriéndose en tecla teatral al despojo que sufrió décadas atrás con sus hijos mayores. El público, una masa de perfumados, se estremece. En esta obra, "Las Alas de Delfina", ella actúa de sí misma, apoyada por actores en desarrollo que la personifican cuando era joven. Delfina está en mitad de una catarsis elaborada con 90 minutos de dramaturgia.

—Mmm— medita, entre la gente, Joaquín Eyzaguirre, el mayor de los hijos.

—Si ella dejara de actuar, ¿usted sentiría alivio dado que Delfina ya no se tendría que desgastar?

—Da lo mismo.

—¿Qué?

—Ella siempre hace lo que se le canta. ¡Nunca hace caso de nada! Pero, bueno, así la queremos.

Y ella, tal vez, ha querido despedirse de los aplausos actuando su biografía. Y en la trama revela que amó y odió a los hombres. Y que tuvo bajones y alzas de ánimo. Y que fue perita en rebeldía y, también, una estupenda desubicada.

—¡No estoy sola! ¡Yo no estoy sola!— grita la actriz en un momento de hondura.

Los fans la miran absortos, pues, probablemente comprenden que miran un epílogo, la postal histórica. "Tiene clase", murmura Herbert Altschiller, un doctor. "La sigo siempre", se emociona Rosa Mardones, dueña de casa con largas horas de televisión. "Nadie dice garabatos con tanta elegancia", apoya Rosario Ortúzar. Y otros, al respecto, empatizan: Delfina Guzmán puede sacar la madre en una reunión de directorio y dejaría a todos felizmente emocionados. Muchos admiradores sostienen que tiene el don de la imprudencia con carisma.

—"Yo, no sé, creo que ella es muy vital", apunta el alcalde de Las Condes, Francisco de la Maza.

—"Siento que ella está en paz", afirma, en un rapto Isha, la Madrastra, alias Jael Unger.

—"Mi mamá es carretera. Pero, lo aclaro, jamás ha fumado marihuana", desmitifica su hijo Gonzalo Meza, el creador y director de esta obra.

—"Y yo no hablo. En serio, no diré nada", señala Nico, el hijo ministro.

Bravooo, bravooo

El público la despide de pie, la actriz agita un brazo y se interna en el camarín para recomponerse. Por primera y última vez ha descrito su vida en vivo y en directo. Le regalan tres ramos de rosas y se los sostiene el ministro ("No voy a hablar, de verdad, no. Vine como hijo", sigue diciendo el Nico. "¿Pero qué le pareció la obra, al hijo?", "Déjame absorberla", zanjó). Y, de pronto, la estrella de la noche, Delfina, sale rejuvenecida a la calle.

—¿Es usted un ángel?

—Yo encuentro que sí, que soy un ángel, fíjate.

—¿Cómo es actuar de Delfina Guzmán?

—Es una cosa bien novedosa, nunca lo había hecho. Ha sido muy agradable.

—El momento más crudo de la obra parece ser cuando recuerda que perdió la tuición de dos de sus hijos…

—Mmm…

—"¿Por qué me los quitaron?", se pregunta…

—"Porque los jueces son una mierda. Ha sido el peor momento de mi vida", dispara.

Y, en ese místico instante, ella se cuelga del brazo de este conmovido reportero. Caminan en estilo apretado veinte metros: "¿Esto ha sido lo último en teatro, Delfina?", preguntamos a paso lento. Ella suspira.

—Ay, no sé. Me han tirado el ataúd por todos lados. Pero, bueno, mijito, comprenderás que ya tengo 88 años…

Entonces esa ícono nacional se suelta y enfila hacia una esquina. Allí la espera, en completa soledad y abrazado a las treinta y cuatro rosas, el ministro que asistió como hijo. Delfina Guzmán lo abraza y ambos se pierden fraternalmente por avenida Apoquindo.

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