Pese a que la agenda de Juan Edgardo Obach González está copada de viajes y reuniones, hay cuatro días en noviembre que ya están marcados en rojo. El de su Club de Tobi. El que lo lleva cada año junto a otros 10 amigos al río Petrohué, a pescar, hablar de fútbol, de política; en fin, de arreglar el mundo. Ahí, entre otros, debieran estar Félix Bacigalupo, Juan Andrés Camus, Jorge Errázuriz, Ignacio Guerrero, Pablo Piñera, Eugenio Claro y Eliodoro Matte. E incluso, como en ocasiones anteriores, podría sumarse el ex Presidente Sebastián Piñera. Es quizás la única tradición anual que este empresario conserva. Porque a Obach, si hay algo que lo caracteriza, es lo impredecible. Hoy puede estar firmando la compra de una empresa en Canadá y mañana subiendo, literalmente, el Kilimanjaro. Es como la sociedad de inversiones que lo hizo conocido: Pathfinder, que en inglés puede ser traducido como "intrépido explorador".

El Kilimanjaro y el Mont Blanc

El apellido Obach es catalán. Del Pirineo. De allí, dicen sus amigos, debe venir lo que ha forjado su carácter perseverante, incluso testarudo, de emprendedor. Como el primero de la familia que llegó a Chile. Su abuelo, en 1901 y a los 18 años, cruzó en barco el Atlántico y desembarcó en Buenos Aires. Cinco años después, sin nada que hacer en esa ciudad, recordó que un amigo de su pueblo estaba en Chile. Tomó un tren, cruzó la cordillera, y sin un peso en los bolsillos llegó a Santiago. Dos años trabajó en un almacén y de nuevo se aburrió. Partió a Antofagasta, donde logró instalar una fábrica de envases.

Es una historia que a Juan Obach le gusta contar, porque lo representa. Al igual que la de su familia extendida, aquella que quedó en Cataluña, que es cortada por la misma tijera. Tiene un "primo" con una fábrica textil, otro con una tienda de jamones y otro con una sombrerería.

De su familia nuclear, hablan de un orgulloso padre de seis hijos, cuatro mujeres y dos hombres, y ocho nietos. Ninguno de ellos, hasta ahora, ha seguido el camino empresarial. Las mujeres, más cercanas al arte: está la productora de spot publicitarios, la diseñadora gráfica, la artista plástica y la publicista. Entre los hombres, uno estudia Políticas Públicas en Harvard y el pequeño, recién inicia su vida escolar.

Una o dos veces a la semana deja a su familia en casa, en Santa María, y parte al Manquehue, una terapia de subir cerros que lo llevó a hacer cumbre en el Mont Blanc, el Kilimanjaro y a un frustrado ataque a un ocho mil en los Himalayas, y que inició mientras estuvo en los Pirineos, cuando quiso conocer la tierra de sus orígenes, aprovechando su estadía en París.

A esa ciudad llegó en 1997 por otra de sus decisiones radicales. Su obsesión por los libros lo llevó a tomarse un año sabático para estudiar Historia y Literatura Francesa en La Sorbonne, y de paso aprender su cuarto idioma (manejaba el inglés y el italiano), una aventura que valió incluso la sorpresa de la prensa. "El desdibujamiento del grupo Pathfinder", tituló el diario Estrategia ese año, augurando el probable fin de la exitosa sociedad de Obach, Bacigalupo y Cariola.

El jeque

La historia de trabajo de Juan Obach se remonta a 1974, cuando después de pasar por el Grange School e ingeniería en la UC se suma al Departamento de Estudios del Grupo BHC, el mismo por donde pasaron Carlos Délano, Francisco Pérez, Alfredo Moreno y Juan Andrés Fontaine. En un año fue promovido a la gerencia general de Industrias Forestales (Inforsa). Pero al tercer año, no aguantó la comodidad. Partió a Stanford a hacer un MBA entre 1978 y 80. Según cuenta, fue su mejor experiencia vital: "Fueron dos años maravillosos en que había 13 premios Nobel en la universidad. Ha sido el momento de mayor creación que vi en mi vida".

Con el cartón en la mano, volvió a Chile y pasó sucesivamente por la gerencia de la maderera Mapal y la subgerencia general del Banco Sudamericano. Entre medio, junto a amigos y como si recordara a su abuelo, forma la fábrica Envases Modernos en momentos en que la economía chilena aún no se equilibraba de la recesión de principios de los 80. Hasta 1985, cuando se reúne de nuevo con Bacigalupo, llamados por el abogado Marco Cariola, quien les plantea una idea que les cambió la vida. Administrar una sociedad de inversiones con la que el jeque saudita Khalid bin Mahfouz controlaba la exportadora frutícola CyD, la pesquera Eicomar, Vidrios Lirquén y la productora de paneles de madera Masisa. El jeque sería el primer extranjero en operar al amparo del Capítulo XIX del Compendio de Normas de Cambios Internacionales, que permitió inversiones con títulos de deuda externa. En 1992 y cuando la azucarera Iansa también era parte del grupo, el saudita muere y sus herederos deciden vender Pathfinder. Sus compradores: los ejecutivos Obach, Bacigalupo y Cariola. "Nos endeudamos hasta con el gato", suele recordar Juan. Pero en una década recuperaron lo invertido y con creces. En 1999 vendieron Iansa a la española Ebro —que les costó una multa de la SVS que luego revirtieron en tribunales— y en 2002 hicieron lo mismo con Masisa. Y no se echaron a dormir. Ahora sin Cariola, que había tomado la carrera senatorial, los amigos B-O se volcaron a buscar opciones. Y poco a poco mostraron sus cartas. Se fueron por lo inmobiliario, con Siena, el papel de diario con Papeles Bío Bío, envases de vidrio con la francesa Saint Gobain y por plantas madereras en Canadá y EEUU. Estas últimas le dieron el mayor dolor de cabeza de su vida empresarial. "Con la crisis del 2008 en EE.UU., las ventas cayeron 80% y sentimos que perderíamos todo. No hubiese invertido tanto si hubiese visto venir la crisis", ha dicho a sus cercanos.

Su nueva misión

En EE.UU. salieron adelante pese al peligro. Sus amigos lo vinculan no sólo a su perseverancia. También a su optimismo. No hay foto en que Obach no salga sonriendo, aunque es conocido por contar chistes fomes. Dicen que es su manera de encarar la vida. La que lo ha llevado no sólo a crear empresas, sino también a apoyar causas que considera relevantes. De hecho, fue benefactor de los Legionarios de Cristo para levantar la Universidad Finis Terrae en los 90, pese a no ser observante de ninguna religión y considerarse un liberal.

Y a integrar el Centro de Estudios Públicos desde hace 20 años, donde llegó de la mano de su amigo Eliodoro Matte, y donde la semana pasada asumió como vicepresidente, después de que este dejara la presidencia. Allí su principal tarea será preocuparse de la recaudación, pues hay 80 aportantes y ninguno puede superar el 10%. Su sello, según el mismo ha confesado: "velar en todo momento por la independencia del CEP".

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