Apenas Ana María Domínguez se despierta de madrugada en medio de las gélidas montañas de los Himalayas, lo primero que hace es preguntarle a los montañistas Rodrigo Jordán y Eugenio "Kiko" Guzmán, líderes de la expedición "Seniors at the Summit", qué plan viene para el día. Así, se mentaliza y se concentra para caminar unas ocho horas diarias en promedio. "Para subir el Island Peak, de 6.200 metros, me preparé mentalmente. Fueron nueve horas a oscuras por una pendiente tremenda, llena de rocas y sólo nos iluminaban las lámparas. Lo más maravilloso fue el amanecer con cerros majestuosos como el Ama Dablam (montaña en la parte este del Himalaya nepalí)", comenta desde el Campamento Base del Everest.

Ana María partió a Katmadú (capital de Nepal), la tarde del miércoles 30 de marzo pasado. Una travesía que ya lleva casi un mes, donde ella y su cuñada, Victoria Ibáñez, son las únicas mujeres del grupo. Ellas no harán cumbre, pero han participado intensamente en todas las actividades de este desafío.

La cima del Everest tiene un significado especial para Anita y su marido, el empresario Nicolás Ibáñez. "Queremos crear mayor conciencia y sensibilidad sobre la desfavorable situación que viven los adultos mayores en Chile. Acompañé a mi marido en este ascenso por una causa noble, como es resaltar la situación de ellos, que es un sueño compartido. Tengo la misión de conectar al grupo de expedicionarios con los ancianos sherpas para aprender y difundir cómo esta comunidad aborda el tema de los adultos mayores", sostiene.

Hace una década comparten junto a su marido la inquietud de darles a los "viejitos" el lugar que se merecen. "Cuando nos conocimos, íbamos juntos al Hogar de Cristo para brindarles compañía y entregarles una palabra de aliento", recuerda. Esto derivó en que Nicolás Ibáñez sea muy cercano a la Fundación Las Rosas, creara y presidiera la Fundación Oportunidad Mayor y el Hogar Padre Pío en Valdivia.

Anita y los sherpas

Tras la muerte del montañista chileno Víctor Hugo Trujillo, hace treinta años, la travesía al Everest, por el Collao Norte, se abortó. Desde entonces ninguna expedición chilena ha ascendido por esa ruta.

—¿Le temes a esta ruta que harán tu hijo y tu marido?

—Ciertamente, con este ascenso también ellos presentarán sus respetos a Víctor Hugo, él está enterrado ahí. Por supuesto, como señora y mamá, tengo nervios que Juan Pablo y Nicolás hagan cumbre. El proyecto de intentar la cima del Everest es muy serio, ¡qué duda cabe!; no obstante, el grupo se caracteriza por su prudencia y buen criterio. Me da mucha alegría ver a Juan Pablo y Nicolás tan felices y tranquilos; tengo plena confianza en sus capacidades y decisiones. No olvidemos que este proyecto no es una competencia, sino más bien una manera de resaltar la situación de los adultos mayores.

—¿Te has apoyado en tu religión católica para el desafío que ellos realizarán?

—Soy creyente y siempre les pido a Jesús y la Virgen que me iluminen, que me den la fuerza necesaria para seguir adelante en lo que me propongo. Vivir la creación de cerca, en la inmensidad de esta montaña y conocer a un pueblo eminentemente espiritual como los sherpas solo refuerza mi fe cristiana.

—¿Cómo ha sido tu relación con los sherpas?

—Ellos son una pieza fundamental de toda excursión, llegamos a desarrollar un vínculo muy íntimo con ellos. Recurrimos a los sherpas para guiarnos y pedirles su colaboración en la logística. Sería casi imposible pensar en internarse en Los Himalayas sin ellos. Ha sido una experiencia maravillosa compartir con estas personas tan humanas y sensibles. Son una familia de agricultores que viven modesta pero dignamente en diversos pueblos de altura. Son emprendedores, serviciales, tienen orgullo de sus raíces e irradian alegría de vivir.

—La comunicación con ellos puede ser complicada...

—No, es muy dinámica. Hablamos en inglés y nos entendemos perfectamente bien. Por supuesto que siempre les enseñamos algunas palabras en español; a ellos les encanta decir: "hola", "vamos" y "buenas noches".

—¿Qué les diría a quienes sueñan llegar al Everest?

—Estando acá, consciente de la inmensidad de los Himalayas, les aconsejaría que se lo tomaran con mucha calma. Que eviten cualquier obsesión y pongan la mira en los habitantes locales, que es de donde extraerán la principal riqueza y enseñanza.

"He gozado las incomodidades"

A las seis de la mañana Anita está desayunando porridge (plato típico inglés con avena, leche y frutos) y huevos revueltos con tostadas. "También tomamos mucho sherpa-tea (té con leche), pues debemos hidratarnos bastante", comenta.

Después de cargar los yak (bovinos de carga autóctonos de la zona), los expedicionarios toman sus mochilas e inician la caminata del día. El desplazamiento varía entre 10 y 15 kilómetros, subiendo colinas y cruzando riachuelos hasta llegar al próximo villorrio (aldea) sherpa.

El día se acaba a las cuatro de la tarde. A las seis comen todos juntos y a más tardar a las 19:30 horas todos están en sus sacos de dormir.

—¿Qué es lo que más echas de menos de tu vida en Santiago?

—A la familia, mucho más que a las cosas domésticas. Menos mal que en estos pueblitos existían unas tarjetitas para obtener diez minutos de wifi, lo suficiente para escribirle a mis dos hijas, que siguen paso a paso mi viaje; Ana María desde Barcelona y Soledad desde Chile. Ellas siempre están preocupadas de que no me pase nada, ni que me enferme. En todo caso siempre las tranquilizo y les digo: ¡Tienen una mamá fuerte!

—No debe ser fácil acostumbrarse a tantas privaciones….

—Estamos tan empapados de este proyecto que realmente no echo de menos las comodidades. Uno se acostumbra a todo y lo más increíble es que he vivido durante estos dos meses súper feliz, gozando todas estas incomodidades; aunque obviamente hay que tener mucho sentido del humor. Es más, Rodrigo Jordán me ha felicitado por la buena onda de disfrutar las incomodidades y de estar siempre tirando la talla hasta en los seis mil metros de altura (ríe).

—Ni hablar de una ducha larga, estilo spa…

—Efectivamente, todo acá es muy precario. No hay ninguna posibilidad de bañarse ni de ir al baño como estamos acostumbrados. Hasta lavarse los dientes requiere un esfuerzo especial, se los dejo a su imaginación (ríe). Es una bendición que alguien haya inventado las "toallitas húmedas", pero hay que procurar descongelarlas, y para eso se recomienda dormir con ellas en el saco de dormir.

—¿Alguna anécdota?

—Todas las noches en los pueblitos donde alojamos, antes de quedarme dormida, les pido a los sherpas que se las ingenien para conseguirme una "pelela" y ellos me la pasan en forma de tarros conserveros antiguos y oxidados. No hay baños y salir de la carpa, con 10 a 20 grados bajo cero, no es una opción factible. Para hacer este tipo de expediciones no puedes ser ni asquiento, ni tan pudoroso. Nos tocan situaciones "heavy", como ir a baños, donde los pocos que hay en los logdes de altura están muy sucios y fétidos (exclama). También algo muy común en estos trekkings de siete horas es que den ganas de hacer pipí; ahí, y solo queda pedirle al grupo que se den media vuelta (ríe).

Cumpleaños en la montaña

—En pleno ascenso tu marido cumplirá el 11 de mayo 60 años. ¿Cómo lo celebrarán?

—No tenemos claro todavía cómo será la celebración. Puede ser cuando nos volvamos a encontrar, una vez que hayan hecho cumbre, en Katmandú o bien ya de regreso a Chile, con una doble celebración por sus 60 años y la cumbre del Everest. Yo podría volver a Lhasa o a Katmandú a encontrarme con Nicolás, que me muero de ganas, pero también dependerá de si se adelanta la guagua de mi hija Soledad y tengo que volver a Chile.

—¿Qué será lo primero que harás a tu vuelta a Santiago?

—Ir corriendo a besar a mi mamá, a mis hijas y mis nietas.

—¿Cuál es el próximo desafío deportivo que viene?

—Quiero volver al mar, tal como lo hicimos hace un par de años cuando cruzamos y navegamos con Nicolás el Mar de Drake para llegar a la Antártica. Hemos compartido juntos muchísimas de estas historias por tantas partes, las que quedarán para siempre en nuestras vidas.

Lleva la foto de sus nietos

Una abuela chora

En su mochila de expedicionaria Ana María siempre lleva dos fotos ampliadas de sus dos nietas: Emma (2 meses) y Soledad (2 años). "Las llevé hasta la cumbre del Island Peak y estoy segura de que me dieron la fuerza necesaria para llegar hasta la cima", afirma.

Y cuenta que a principios de junio espera ser abuela otra vez, pues su hija Soledad tendrá a Florencia. Se dice "chocha" por sus hijos Juan Pablo (34), arquitecto; Ana María (32), ginecóloga, y Soledad (31), ingeniera comercial; siempre la han apoyado en todas sus "locuras deportivas". "Dicen que así me mantengo joven y llena de vida".

—¿Cómo eres como abuela?

—Soy tremendamente mal enseñadora, sólo quiero regalonear a mis nietas. Me encanta ser una abuela chora, entretenida y tener que contarles experiencias como la expedición al Everest a mis nietos. También sé que a mis tres hijos les encanta que la mamá haga cosas diferentes y qué mejor que hacer este tipo de expediciones con mi hijo mayor.

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