Llegué un viernes a las nueve de la mañana a Dublín y al poco tiempo confirmé algo que me habían advertido: en esta ciudad cada historia tiene dos versiones, una más real y una inverosímil. Curiosamente, la última es la que se vuelve oficial en boca de los irlandeses.

Los habitantes de este pequeño país, comprendí de inmediato, tenían una marcada ironía y humor negro, lo que fue bastante útil para entender cómo se han construido historias tan curiosas como las que conocí acá. Todo eso mientras trataba de cumplir los desafíos que me impuse (ver recuadro) para estas 36 horas en la capital de Irlanda.

Partí directo a dejar mi mochila al hostel para empezar a moverme. Eran las 10:30 de la mañana y tuve suerte de encontrarme con días de pleno sol, algo que no ocurre usualmente en esta ciudad dominada por la lluvia. El recorrido empezó por el casco antiguo donde me estaba hospedando, rodeado de imponentes castillos y puentes medievales, que le dan su imagen característica de piedra y verde moho. Allí fue donde encontré la primera historia con dos curiosas versiones.

Las puertas de colores

11:00 horas. Mi primer desafío se encontraba en la plaza Merrion Square, donde me habían dicho que existía un busto de Bernardo O'Higgins. A medida que avanzaba hasta ese lugar noté algo que llamó mi atención: las puertas de la mayoría de las casas estaban pintadas de colores fuertes: rojo, verde, amarillo, azul.

Me detuve a tomar algunas fotos y un irlandés se me acercó: "¿Sabes por qué son de colores?". Ahí mismo me expuso las dos versiones de la historia. Dublín tiene casi 1.200 años de historia y varios de ellos en las manos de la monarquía inglesa. Los irlandeses nunca estuvieron muy contentos siendo colonia de esa corona, por eso cuando le reina Victoria quedó viuda, encontraron el momento perfecto para desafiarla. La historia más oficial habla de la ironía irlandesa, cuando la monarca mandó a pintar todas las puertas del Reino Unido de color negro en señal de luto. Sin embargo, los irlandeses decidieron hacer lo opuesto y desplegaron todo el arcoíris frente a ella.

La otra versión era más sangrienta. Un irlandés borracho volvió a su casa y encontró a su esposa con otro hombre sobre su cama. En un arranque de celos y bajo los efectos del alcohol, decidió matarlos con un cuchillo carnicero. A la mañana siguiente, cuando despertó con una gran resaca, se dio cuenta de que había matado a sus vecinos por equivocación. Desde entonces, los irlandeses decidieron pintar las puertas de colores chillones y distintivos para evitar que algún borracho se equivocara de casa.

14:00 horas. Me tomó casi tres horas recorrer el barrio, entre la Catedral de la Santísima Trinidad y la de San Patricio, que merecen una parada obligada; el Trinity College y el Castillo de Dublín. Y entre tanta historia estaba demorando en llegar a la parada final del recorrido: Merrion Square, donde estaba ese famoso busto de origen chileno, mi primer desafío. Me pareció curioso que estuviera allí junto a otros personajes de la historia mundial. Y claro, el padre del libertador de Chile nació en esta tierra, por lo que la conexión y el homenaje hacía sentido. Fue donado por el gobierno chileno en 1996.

La famosa Molly Malone

16:00 horas. Después de comer a orillas del río Liffey, llegué hasta calle O'Connell, donde se concentra el área comercial. Pocas semanas atrás había sido la celebración de la fiesta de St. Patrick y en cada edificio, calle y auto había banderas de Irlanda: grandes, pequeñas, coloridas, desteñidas, flameantes y en stickers. Allí conocí otra historia de dos versiones, justo antes de ir por mi segundo desafío.

¿A qué se debe el verde, blanco y naranja de la bandera? De nuevo: una historia dice que el verde representa a los católicos del país, el naranjo a los protestantes y que la franja blanca alude a la paz entre ellos, que dio origen a la república. Otra versión dice que representa fielmente los colores característicos de los irlandeses: el verde de los ojos, el blanco de la piel y el naranjo del pelo.

18:00 horas. Era momento de conocer a la famosa Molly Malone, que según me habían dicho estaba a un costado del Trinity College. No fue una persona lo que encontré, sino que una escultura de una mujer que empuja una pequeña carreta, rodeada de turistas y artistas callejeros. Molly, me explicaron, es un símbolo de la ciudad; es el nombre de la protagonista de una canción popular de Irlanda de 1880, que cuenta la historia de una hermosa pescadera, que murió de fiebre en plena calle.

Molly vendía por las calles y era conocida y querida por todos, más aún por su otro oficio que ejercía por las noches. No por nada la llamaban "The tart with the cart" (La prostituta con el carro). Nadie ha podido comprobar si existió realmente o es un mito urbano. Entre los que defienden su existencia hay dos posturas: los que aseguran que fue una famosa pescadera y los que apuestan por su trabajo por las noches.

19:00 horas. Lo que quedaba de día decidí terminarlo recorriendo Temple Bar, el barrio bohemio y de los fanáticos de la cerveza.

Los castillos de Irlanda

Sábado, 10:00 horas. Ya había cumplido dos de mis desafíos y había pasado 24 horas en esta ciudad. Lo que tenía preparado para hoy era conocer el castillo de Malahide, ubicado en un pequeño pueblo del mismo nombre a 17 kilómetros de Dublín. Para llegar allí tomé un tren, que demoró unos 25 minutos.

Desde la estación del pueblo caminé algunas cuadras para llegar al castillo, pero el camino es tan impresionante como el edificio mismo. Son cien hectáreas de bosques y jardines perfectamente cuidados, que hacen destacar esta joya medieval en un fondo verde de distintas tonalidades. A las 13:00 horas entré al castillo junto a la visita guiada. La guía nos contó que fue construido en el siglo XII por la familia Talbot, siendo heredado por generaciones hasta hace muy pocos años, 1975, cuando la última heredera decidió venderlo al Estado.

Lo mejor de esta visita, a diferencia de otros palacios y castillos, fue que todo se mantenía decorado con mobiliario de la época y no hace falta ocupar la imaginación para sentirse allí. Los mismos muebles, ropas que alguna vez se utilizaron y los juguetes de las habitaciones de los niños seguían allí.

El tercer desafío estaba cumplido y antes de alcanzar las 36 horas. El tiempo restante decidí invertirlo en los extensos jardines del castillo, antes de volver a Dublín. Según la guía, en este lugar había muchas más leyendas que incluían hasta fantasmas de quienes habitaron Malahide. Si tenía suerte, más de alguna otra historia irlandesa me iba a encontrar en el camino, sobre todo esas de dos versiones.

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