La idea central de la nueva defensa de Uribe es que la muerte de Constanza se debe a un accidente. Que la dejó en el departamento acostada y fumando un cigarrillo.

En la Torre C del Conjunto San Luis de Las Condes, uno rebota pero amablemente.

La torre es parte del Comando de Bienestar del Ejército: 140 departamentos habitados por militares. El edificio, que recuerda a las Torres San Borja del centro y está en esa maraña de desvíos que es hoy la entrada de Vespucio a Kennedy, es del Ejército y se le entrega en comodato a miembros de la institución. Los conserjes, por extensión, son reservados. No podemos hablar, repiten con una sonrisa. Deben ser de los conserjes más disciplinados de Santiago.

A esa torre llegó Constanza Carreño Cuevas, de 23 años, la tarde del viernes 1 de abril. No iba sola: la acompañaba una amiga. Allí las estaban esperando.

Momentos antes, Cristián Ignacio Uribe Neira, de 30 años y ex cadete naval, había bajado a hablar con el conserje del edificio para decirle que lo iba a venir a visitar una amiga, que la dejara subir.

Para ese entonces, Uribe ya llevaba un buen rato en el edificio como invitado. Había llegado la noche anterior, desde Concón. Venía a hacer unos trámites y decidió quedarse en la casa de un militar, instructor del Ejército, al que había conocido años atrás cuando éste participó en una gira de estudios en el buque escuela por ser la primera antigüedad de su promoción. Desde entonces eran amigos.

Constanza Carreño, han podido establecer los investigadores, fue al departamento casi contra su voluntad. No le gustaba salir de la sede del portal de citas online en que trabajaba, y que estaba ubicado en un departamento de Providencia. La insistencia de Uribe, que al teléfono dicen que sonaba borracho, la obligó a salir. Pero con algo de miedo: le pidió a una amiga que la acompañara. Por si pasaba algo.

Eran casi las cinco de la tarde de ese viernes. 45 minutos más tarde ella estaría muerta y el departamento en que estaban los dos, el 236, en llamas.

La explosión

"Nunca sabes quién está al otro lado del teléfono. Ese es el problema", dice una escort que trabaja en el barrio alto. Son pocas las que hablan de las cosas por las que han pasado en estos años. Se parece a la ruleta rusa en algún sentido: se la pasan entre departamentos, de día o de noche, atendiendo llamadas y respondiendo mensajes de texto. Es estos tiempos todo es más rápido y a veces peligroso.

Constanza Carreño y su amiga subieron al piso 23. Su amiga se quedó en el descanso de la escalera. Desde allí no escuchó nada especial. Pero como Constanza se tardaba fue a golpear la puerta. Ahí se encontró con Uribe, que iba saliendo del departamento. El diálogo fue breve y hoy resulta inquietante: él le dijo que su amiga dormía, que él iba saliendo y que regresaba; le preguntó si la quería ver y la invitó a entrar. Ella no quiso. Más tarde, inevitablemente, se iba a preguntar qué le hubiera pasado de hacerlo. Pero el caso es que bajó a hablar con el conserje: le contó que ya había esperado mucho, que cuando viera a su amiga le dijera que se había ido.

Salió del edificio y se fue caminando hacia Américo Vespucio. La detuvo la explosión de unos vidrios, el humo que vio saliendo de la ventana. Era en el piso donde había estado. Corrió a la torre San Luis. Eran las 17.30 horas

En el hall del edificio todo era un desastre. La gente bajaba por las escaleras, aterrada. Entre el gentío divisó a Uribe con un niño en los brazos. Llevaba también una mochila. Le preguntó por su amiga. Qué amiga. Entonces notó una herida en su labio, un rasguño. Le dijo al conserje y a los bomberos que venían llegando. Lo retuvieron. Él no opuso ninguna resistencia, dicen. Carabineros se lo llevó al cuartel más próximo, en Las Condes, como testigo. Los bomberos, mientras, subieron al departamento donde se había iniciado el incendio. Allí se encontraron el cuerpo calcinado de Constanza Carreño.

Minutos más tarde, al edificio llegó la Brigada de Homicidios.

El incendio

Ante fiscales y policías, Uribe hizo uso de su derecho a guardar silencio. Alcanzó a explicar a algunos que los rasguños que tenía en los brazos se los había hecho mientras cargaba a un niño durante el incendio. Aceptó que le tomaran muestras de ADN y eso arrojó un perfil genético que no era el suyo.

La conclusión para los investigadores es obvia: Constanza se trató de defender cuando la atacaron por la espalda. Rasguñó con una mano y con la otra arañó el rostro de su atacante.

En Chile no es usual que se intente destruir un sitio de suceso con fuego. Y tampoco es efectivo: no es imposible reconstruir lo que pasó en un sitio sometido a las llamas. Homicidios tiene la capacidad técnica. Hace unos años, la Brigada reconstruyó el salvaje asesinato de un anciano de 82 años en Maipú al que le propinaron más de cien puñaladas. El autor trató de ocultar su rastro con llamas.

La investigación no es larga pero sí meticulosa: hay que establecer si la víctima murió producto del incendio o antes. Se deben revisar pulmones y vías respiratorias, además de la sangre.

El cuerpo de Constanza estaba al lado de un colchón, boca abajo. Fue devastado por las llamas. El incendio es un agravante. Hoy a Uribe lo investigan por incendio con resultado de muerte. Por el incendio ya son quince años de cárcel.

Ella y él

¿Importa a lo que iba Constanza? ¿Deja de ser la víctima? Se lo pregunta una mujer que se anuncia en un portal. La parte morbosa del caso ha llamado la atención de la gente. La familia de la víctima está destruida. No quieren hablar de lo ocurrido. Esperan, dicen, que el caso no quede en la impunidad. Que quien es sindicado hoy como el autor del crimen, pague.

Antes la prensa tenía que acercarse a las víctimas a través de las familias. Era la época en que estas notas se ilustraban con reproducciones de fotos que ellos entregaban y recuerdos. Ahora esa intimidad se puede ver con cierto pudor en las redes sociales. Fotos y los últimos posteos. Por ejemplo, que Constanza actualizó su foto de perfil el martes 22 de marzo, casi a la medianoche. Y leer los comentarios, las condolencias, que le dejaron sus amigos. Lo último que escribió ella ahí es que amaba a su madre.

Ella, dicen los que la conocían, era quitada de bulla. No fumaba. Iba al gimnasio. Había sido promotora de una multitienda.

De él poco se sabe, aparte de su paso por la Armada y que era gerente de ventas de la empresa de su padre, importadora de productos forenses.

Su defensa la semana pasada presentó una apelación señalando que Uribe no se encontraba en el lugar de los hechos al momento de iniciarse el fuego, porque había bajado por las escaleras a buscar más dinero, ya que Constanza, dice la defensa, así lo había solicitado. En el escrito —que además recalca la irreprochable conducta anterior del detenido y que consintió en realizarse pruebas biológicas y entregó su mochila, ropa y celular para ser periciadas— se señala que recién en el piso 12 ó 13 Uribe se enteró que había un incendio en el edificio porque sonó la alarma.

El recurso fue rechazado por la Corte. El martes, la defensa de Uribe la tomaron los abogados —y ex fiscales— Vinko Fodich y Alejandro Peña, que definen el caso como altamente complejo. Ya pidieron una diligencia: que un perito externo, investigador de incendios, se constituya en el departamento a fijar el sitio del suceso y determinar el comportamiento del fuego.

La idea central de la nueva defensa es que la muerte de Constanza Carreño se debe a un accidente. Uribe, dicen, la dejó en el departamento acostada y fumando un cigarrillo. Sobre los restos de ADN en su cuerpo, señalan que se explicaría porque ambos tuvieron sexo.

La fiscalía, dicen, se apoya en el hecho en que Uribe fue el último que la vio. Pero, anotan, no existe un móvil que explique la tesis de la fiscalía y, todavía, no están los resultados de la autopsia. Ellos no descartan pedir la exhumación del cadáver para peritajes.

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