Mi actual falta de miedo y prejuicios, mi capacidad de leer y entender personajes, se las tengo que agradecer a la edad"

La maternidad es una primera gran detención. Grata e ingrata al mismo tiempo"

"Antes era más linda, pero no actuaba mejor. Mi actual falta de miedo y prejuicios, mi capacidad de leer y entender a los personajes, se las tengo que agradecer a la edad", dice Antonia Zegers (43), la actriz a la que se puede ver como Florencia Achondo Meyer en "Pobre Gallo", como la Cuica en "Sin Filtro" y como la siniestra hermana Mónica en la premiada película "El Club", donde es dirigida por su ex marido, Pablo Larraín, padre de Juana y Pascual, sus hijos, de 8 y 5.

En abril estará en "Los Padres Terribles", de Jean Cocteau, "una obra increíble, especie de comedia negra sobre los vínculos familiares y sus vicios, todos provocados por el exceso de amor. Una muestra de cómo el amor enferma y corrompe, y mata y enloquece", dice, mientras toma un té verde, se hace y se deshace el moño, se ríe y se preocupa de que comprendamos sus metáforas y que no intentemos cruzar un límite para ella intransable: preguntarle sobre sus parejas.

Ni sobre la actual, que es Gepe, el músico nueve años menor, relación que no niega ni está dispuesta a comentar, "porque no tengo nada que esconder, pero me rebelo a que eso sea lo interesante de mí". Tampoco habla "en términos faranduleros" del cineasta Pablo Larraín, su ex, ni del actor Ricardo Fernández, con quien estuvo tres años antes de casarse con el hijo del presidente de la UDI. "No me interesa satisfacer ese morbo. No quiero que mi vida privada sea vista por la gente como la continuación de las teleseries en que actúo", explica, y la respetamos.

No se niega, en cambio, a hablar de sus otros amores: sus hijos; su papá, el ginecólogo especialista en medicina reproductiva Fernando Zegers; su mamá budista, la fotógrafa viajera Mónica Oportot; Alicia Salbach, su abuela "excéntrica y sin límites"; la pascuense que, cuando tenía 23, la impulsó a quedarse un año en Rapa Nui, aprendiendo, entre otras cosas, a hacer fuego por sí misma, logro que para ella "es lo que nos diferencia de los animales".

Vida rapanuí

—Tu papá es harto guapo, y tú te pareces a él.

—Sí, por eso no me gusta físicamente; sería muy Narcisa si así fuera. Soy su Mini Me, su clon opuesto.

Define a su papá médico como reflexivo. Como quien la empujó siempre a pensar y argumentar sus decisiones, salvo la de ser actriz, que fue "una certeza extraña" que tuvo desde los 12. Egresada del Saint George, donde "era una alumna más o menos", estudió teatro en la Academia de Gustavo Meza. Recién egresada, después de haber hecho la película "En tu casa a las 8", estando de vacaciones en Isla de Pascua, donde solía veranear en familia, decidió quedarse. "Mi papá me enseñó el valor de la reflexión, por eso no me generan problemas las dudas. Cuando resolví vivir en la isla, le comuniqué la decisión a mi madre y luego tuve que hacer un proceso de reflexión de varios días para explicársela a mi padre".

Dice que se enamoró de "una vieja grossa" pascuense. "Era una señora increíble, con la cual tuve una conexión poderosa. No me podía separar de ella, era de esos personajes que te quitan los miedos atávicos. Con ella no temía si había tormenta, se volaba la carpa o se hundía el bote. Ella también enganchó conmigo y me pasó una casita que tenía afuera del pueblo. Partíamos a caballo, dormíamos en las cuevas o debajo de un bote. Yo tenía 23 y ella sobre 65, edad en que en Rapa Nui ya se es viejo, pero no en un sentido peyorativo, sino de respeto. Los viejos son korohua; o sea, son los que saben".

Durante un año dio clases de teatro a los niños de la isla dos veces a la semana y se mimetizó con los pascuenses, aprendió su lengua y sus costumbres.

Al cabo de un año, "sentí que en Rapa Nui nunca podría ser dueña de un pedazo de tierra, lo que me parece muy bien por los pascuenses, pero yo ya había aprendido a hacer fuego y aspiraba a tener mi tierra. Es una metáfora. Así es que me volví en medio de un tremendo desgarro".

El párele

La fotógrafa Mónica Oportot tuvo a Antonia y a Fernando, se separó de su marido médico, y con la ayuda de su mamá, la productora de televisión Alicia Salbach, crió a sus hijos. Además, se hizo budista. "Yo tengo harta influencia. Cuando tenía 17, se hizo un retiro sesshin de cuatro días en mi casa, durante los cuales está prohibido hablar. Yo presté mi pieza y participé. ¿Tú cachái lo que es quedarse callada a esa edad y encerrarse con pura gente que no habla? Eso es templanza pura y la mejor herramienta que te puede regalar tu mamá".

Antonia nació cuando su mamá tenía 21; ella, en cambio, tuvo a su hija a los 36. "Llevaba diez viviendo sola, trabajando, viajando. Tenía un pedazo importante de vida construida, y cuando la Juana nació, pensé que todo iba a seguir igual. Que la iba a poder meter en la mochila y partir con ella a cualquier parte. Pero no".

Fue un párele. "La maternidad es una primera gran detención. Grata e ingrata al mismo tiempo; hay un luto por lo que eras antes y has perdido, aunque compensada por un amor tan fuerte, que asumes con alegría que tu vida ha sido reformateada". Aunque suena a cliché, dice que lo peor de ser madre son las malas noches. "Mis últimos 7 años han sido así, de sueño interrumpido, porque después de la Juana, nació Pascual". Se ríe de otro cliché: "Ella y él son completamente distintos, de Venus y de Marte".

Comprar una Fanta

El año pasado asistió a un seminario sobre aborto y derechos reproductivos en la Universidad Diego Portales, que dictó su papá. Lo que más la impresionó fue la ponencia del médico de la Universidad Católica. "No me impactó tanto por el sesgo ideológico-religioso, sino por la nula capacidad de ponerse en el lugar de las mujeres".

Para hacer frente a este tipo de discriminación atávica, cree que "la única manera de construir una sociedad mejor parte por cómo uno enseña a sus hijos". A ella le enseñaron haciéndole sentir que su opinión y preguntas valían. Que eran importantes. Ella aplica ese mismo principio con sus hijos. Y el de poner reglas claras, "incluso, para tener el goce de romperlas. Como los días en que excepcionalmente compramos Fanta para ver un partido de la selección".

Antonia no se engrupe con ser artista. "No me siento tan especial ni siento que esté llamada a decirle cosas al mundo. Trabajo para parar la olla y a veces para ser parte de algo que me importa y me parece significativo". Tampoco cree en los discursos. "Cuando Brecht se paraba sobre el escenario y hablaba, dejaba la cagada. Hoy, decir no cuesta nada. Y las redes sociales han frivolizado aún más la supuesta transgresión que implica el decir. Hoy, todos vamos y decimos… y ¿qué? Hoy, todos los súper activistas tienen discursos que se deshacen como sopas de letras".

Se apasiona hablando de la falta de ideologías. "Estos son tiempos complejos. Yo no tengo ningún partido que me interprete, menos ahora que las malas prácticas revelan un problema valórico generalizado. Cuando un político se financia con boletas falsas, robándole al Estado, es porque no cree en la educación gratuita y de calidad, ni cree en el bien común, ni cree en el país. Eso me parece tristísimo, pero al mismo tiempo me genera una gran curiosidad, porque la historia es una rueda. Hay que ver hacia dónde nos conduce este descalabro".

Como le intrigan muchas cosas, también se pregunta qué pasará con el retraso de la maternidad. "Tuve mi primera hija a los 36 y eso hoy es lo común. Por eso le pregunté a mi papá si las mujeres iríamos a nacer con más huevos o si los huevos iban a durar más en el futuro, como respuesta a este cambio social. Me dijo que no creía que eso modificara la biología, pero que dentro de 20 años será trivial que las mujeres congelen huevos en el banco de huevos para retirarlos a los 40 o 50, o cuando quieran ser madres".

Curiosidad es el atributo que define a esta mujer de mirada inteligente y azul. "Hace poco tuve una conversación con mi hija acerca de la curiosidad. De lo bonita y lo peluda que es al mismo tiempo. En la juventud puede ser riesgosa, pero en la adultez sólo suma. A esa edad, el exceso de certezas te limita; por eso no hay que perder la curiosidad y ser como mi abuela. Ella siempre fue libre, viajera, poderosa, aventurera, divertida, gozadora, excéntrica, y sigue siéndolo, porque no ha perdido la curiosidad. La admiro por eso y soy adicta a ella. Y sí, puede ser que de tal palo… muchas astillas".

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