Lo que sucedió fue que este lunes, pasadas las dos de la tarde, el humorista Ricardo Meruane tomó asiento en un sillón de su casa santiaguina y guardó un espectacular silencio. Venía llegando de Viña del Mar con un trauma y muchas pifias a cuestas. Abrazó a algunos parientes. Pero entonces, dicen los testigos, chocó de bruces con su punto débil: su hija Amira, de nueve años, y quien no había ido a Viña, se le colgó del cuello.

Ricardo Meruane no soltó una sola lágrima. Pero se fue a negro. Su mujer, Joanna Elías, lo llamó repetidas veces, le preguntó si la escuchaba. Meruane no le respondió. Con la cabeza hacia atrás y los ojos muy abiertos, no podía hablar. No podía pensar.

La urgencia de la situación hizo que irrumpiera en escena un sanador holístico. Un sanador misterioso que, desde hace tiempo, protege al humorista y que tiene una clínica de índole espiritual-esotérica en el Cajón del Maipo. Ese hombre que exige al círculo de Meruane no difundir sus datos, apenas vio al humorista dictaminó:

—Tiene una crisis nerviosa enorme.

Y entonces soltó una frase que, desde otro punto de vista, podría parecer desubicada:

—Me lo tengo que llevar ahora mismo al Cajón.

Y así es como cobra fuerza la idea de que a Meruane todo le sale tristemente a la inversa: el hombre que quería una revancha, salió herido; el hombre que en la Quinta Vergara reclamó impotente para que apagaran los focos, horas después fue víctima de un apagón.

Un día antes

La madrugada del domingo bajó del escenario sostenido por los animadores. Murmuró una excusa a sus colaboradores. Martín Rogers, su productor y amigo, le dijo: "Cálmate, no se pudo, pero ten calma". El libretista Pablo Erazo le dijo: "Vamos a seguir juntos, como siempre". El equipo exhibió fuerza con los ojos llorosos. Luego Rafael Araneda abrazó a Rogers y Erazo, los instó a la solidaridad:

—¡Ahora a tirar para arriba al amigo. A cambiar el switch!

Meruane pasó por un pasillo y recibió una estruendosa ovación de los bailarines del evento. Hicieron una larga fila y lo vitorearon. Después partió al hotel San Martín y, en el trayecto, sacó un hilo de voz:

—Chuta, pero… ¿qué fue lo que pasó?

El productor Martín Rogers no le podía dar una explicación. Dos meses antes habían sacado carcajadas en el Festival de Ñuñoa, con la misma rutina. Tenían la adhesión de cinco mil fanáticos en redes sociales. Chile quería que el humorista fallido alcanzara la gloria.

"Este país no sacrifica dos veces", dice, en su casa, el productor Martín Rogers, emocionado. "La rutina estaba muy aceitada", aclara el libretista. Fueron los nervios, sospecha el productor. Sí, los nervios, admite el libretista.

Al día siguiente, el domingo, Ricardo Meruane tuvo un día convencional junto a su mujer, quien lo acompañó en Viña. Comió ensaladas y dio una entrevista pactada. Sólo el libretista le notó una frase extraña al despedirse.

—Me miró a los ojos y habló: "Mijito, esto está recién empezando".

El lunes, el equipo se volvió a Santiago a las once de la mañana. En el camino iba todo normal, pero, de pronto, advirtiendo una futura catástrofe, Ricardo Meruane se agachó, se tapó la cara con sus manos y lanzó una palabrota depresiva:

—¡Chuchasuma…!

Fue su primer indicio de desolación.

Meruane nunca estará solo

El lunes del colapso de Meruane, la orden del sanador fue clara:

—¡Súbanlo al auto! —ordenó el experto en reiki y procesos internos.

"Ricardo estaba en otra", recuerda el productor. Ido. Fuera del planeta. "Era un niño", resume Rogers. "Es que no había dormido, durante un mes estuvo insomne".

Cerca de las 14:30, el auto del sanador, con Ricardo adentro, partió a la clínica. Y ahí le recetaron relajo. Cura de sueño. Alcanzar el punto de equilibrio. Rogers, el productor, comenta que Meruane probablemente estará allí hasta el próximo lunes en la mañana.

Según sus cercanos, en ese lugar, Meruane sólo duerme y come. Está privado de tecnología. No tiene la menor idea de que la gente sigue escribiendo sobre él. Dicen que allá no es infeliz. Dicen que en apenas una semana volverá a encontrarse consigo mismo. Y nadie lo duda: volverá a hacer humor, se encerrará en el llamado Taller Creativo que instaló en su casa y empezará a inventar chistes negros.

—Y yo estaré con él para dar la lucha— confiesa su mujer, Joanna Elías.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta la muerte.

Porque, dice, somos árabes, peleamos a veces, pero nos amamos siempre. Y confiesa: "Yo estoy sólida. Vamos a salir adelante". Y el productor dice: "Seguiremos trabajando, Ricardo no sabe otra cosa que hacer humor". Incluso, dado que hablamos de humor negro, el fracaso a veces se puede rentabilizar: Rogers anuncia que ya tienen ofertas para que Ricardo haga un programa de radio. Se llamaría "Apaga la luz, loco". Sólo falta que a Meruane, otra vez, se le vuelva a prender la ampolleta.

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