Mi generación, iconoclasta, rebelde, cojeaba en un punto esencial: no era capaz de hacer una crítica independiente, original, de los lugares comunes tribales".

Tengo la impresión, adquirida en años recientes, de que la inteligencia pura puede ser revolucionaria, pero de que la sabiduría, que va un poco más allá, es casi siempre conservadora. He leído a los grandes críticos de la Revolución Francesa y en particular del jacobinismo, de Robespierre y sus seguidores, y he comprobado que su pensamiento, disidente, sorprendente, está mucho más difundido de lo que se cree. Pero me intereso en el Chile de ahora, que a veces me provoca una que otra sonrisa, y en otras ocasiones me apena y me irrita en forma profunda. En los países suele haber personas sabias, que infunden respeto y que consiguen ser escuchadas. Pienso que en el Chile antiguo, el de mi juventud, el de mis padres y abuelos, había personas de esa especie, y que el de hoy está lleno de gente astuta, rápida, bien informada, pero carente de toda forma de sabiduría, y que este fenómeno tiene, de hecho, graves consecuencias.

Observo con sumo interés la polémica actual sobre la reforma agraria de la década de los sesenta y comienzos de los setenta. En esos años, la reforma agraria era un dogma poderoso, aceptado por toda la gente que pensaba bien o que se suponía que pensaba bien. Mi generación, iconoclasta, rebelde, cojeaba en un punto esencial: no era capaz de poner en duda, de hacer una crítica independiente, original, de las ideas adquiridas, de los lugares comunes tribales. Aceptábamos la reforma agraria por principio, a rajatabla. Los que se oponían no se oponían nunca en forma franca, abierta: lo hacían en sordina, entre dientes, mirándose los zapatos. El país tenía un centro sólido y franjas lunáticas en la extrema izquierda y la extrema derecha. Pero el centro político, anticuado, pesado, se escoraba en esos días hacia la izquierda, como un viejo barco que empezaba a hacer agua.

Ahora sabemos más cosas que antes y podemos hacer juicios que tienen alguna validez histórica. He conocido por casualidad, a través de testimonios de amigos, una conversación entre don Francisco Antonio Encina, nuestro notable historiador y ensayista, y el Presidente Eduardo Frei Montalva. La conversación tuvo lugar, por lo visto, en las casas patronales de la hacienda Cerrillos, cerca de La Serena, propiedad familiar del historiador, y en el año 1965, esto es, durante el gobierno todavía nuevo de Frei Montalva y en el último año de vida del historiador. Según Encina, que contaba el encuentro con ironía, el Presidente había ido a verlo para que él "cambiara la historia". Sabía que él estaba escribiendo su último libro, y estaba preocupado de lo que el historiador, don Pancho, como solía decirse, pudiera escribir sobre él. Todavía existen testigos capaces de contarnos el meollo de aquella conversación: "Presidente, habría dicho Encina, tenga cuidado con lo que usted está haciendo en materia de conquistas sociales. Se está incitando al odio. Recuerde, Presidente, que esto es como las guerras: todos sabemos cuándo y cómo se inician, pero nunca cuánto se extienden ni cómo ni cuándo terminan y sus consecuencias".

Descartar la opinión de don Pancho, hombre conservador, a la antigua, latifundista él mismo, parece fácil, y sin embargo no lo es en absoluto. No es la de un mero intelectual. Es la de un conocedor profundo de nuestro pasado, de nuestra idiosincrasia, de los hábitos, los reflejos, las reacciones instintivas de nuestra tribu. Probablemente no había que seguirlo al pie de la letra, pero era muy conveniente escucharlo con el debido respeto. Hay, además, un detalle de enorme interés: Eduardo Frei Montalva, después de un año de gobierno, con el tema de la reforma agraria en plena vigencia, con esa "papa caliente" política y económica en las manos, había ido a escuchar al anciano historiador en sus tierras, en su propia casa, a sabiendas, sin duda, de que Encina no le iba a contar cuentos.

Me permito agregar un testimonio personal. Pocos años más tarde, cuando ese dogma de la reforma agraria se había inflado y dominaba el escenario, en los inicios de la Unidad Popular, tuve la ocasión de conocer y de conversar varias veces con el señor Edgar Faure, gran abogado, hombre de vasta cultura, presidente en una época de la Asamblea Nacional de Francia. Faure era uno de los personajes cercanos a la embajada chilena que encabezaba Pablo Neruda y en la que yo actuaba como ministro consejero y frecuente encargado de negocios. Pues bien, Faure, que había sido ministro de Agricultura del gobierno del general De Gaulle, me observó más de una vez que se podía expropiar la industria, como se había hecho en algunas ocasiones en Francia después de la Segunda Guerra Mundial, pero que hacer una revolución en el sector agrícola era mucho más difícil, delicado, de consecuencias imprevisibles.

Edgar Faure era uno de los sabios reconocidos de la gran tribu de Francia de esa época. Don Pancho Encina, desde su refugio en la hacienda Cerrillos, en la región de La Serena conocida como Pan de Azúcar, era uno de los escasos y grandes sabios de la tribu chilena. Como ya dije, no sé si había que seguirlos al pie de la letra, pero sé que existía el deber imperioso de escucharlos.

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Mujeres y reinserción social

La conmemoración del Día de la Mujer, el próximo 8 de marzo, está llena de significados y desafíos que exceden con creces la representación simbólica que conlleva el rito. Una realidad más oculta es aquella que viven miles de mujeres que conviven en una realidad de exclusión que es pasado y presente en su vida, pero que no tiene porqué ser parte de su futuro si, como sociedad, nos hacemos cargo.

En nuestro país hay 14.713 mujeres cumpliendo condena, muchas de ellas privadas de libertad (1.352 imputadas y 1.835 condenadas). El año pasado, Fundación San Carlos de Maipo dio a conocer el primer Estudio de Exclusión de Personas Privadas de Libertad, en conjunto con Paz Ciudadana y Gendarmería. Este informe mostró la situación particularmente dolorosa de mujeres que han caído en la cárcel. Al revés de lo que se puede pensar, las mujeres que se encuentran recluidas enfrentan menores niveles de violencia que en libertad. Dentro de los recintos han sentido un espacio de oportunidades que antes les fue negado, donde comienzan a estudiar, aprenden un oficio, encuentran apoyo.

Sin embargo, aún falta por hacer. Más de la mitad volverán a reincidir en breve plazo, antes de los seis meses, porque no cuentan con un trabajo estable que les permita reinsertarse e interrumpir definitivamente su trayectoria delictiva. El delito será una respuesta a sus necesidades económicas.

Los programas de empleabilidad, capacitación y colocación laboral han demostrado bajar la probabilidad de reincidencia. Pero la mayor dificultad reconocida por las mujeres a la hora de acceder a un trabajo es tener antecedentes registrados al término de la condena. La legislación vigente establece, a través del decreto 409, la posibilidad de eliminación del prontuario y, en el DS 64, la posibilidad de omitir antecedentes según fines especiales. Esta normativa tiene más de 80 años de vigencia y requiere avanzar. Para promover la inserción de las personas privadas de libertad es posible diferenciar períodos de eliminación automática de antecedentes en relación con el tipo de condena.

Que este Día de la Mujer pensemos en estas mujeres excluidas, para que puedan acceder a verdaderas oportunidades de reinserción.

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