La primera excursión puede ser un recorrido sobre la antigua trocha (hoy camino) del ferrocarril al norte que corrió entre La Ligua y Limáhuida.

Lo más bello y notable de La Ligua es que es una ciudad en donde el tiempo pasado es también presente. Esto es visible porque aquí aún caminan y actúan mineros, tejedores, agricultores, pescadores, descendientes de los primeros que hicieron cerámica, buscaron oro en el gran cerro Pulmahue, las que tejían ponchos en Valle Hermoso, sembraban maíz o escarbaban las arenas de Longotoma en busca de machas. La Ligua tiene intacto su pasado.

La Quinta Región no sólo es litoral o playas y desde esta ciudad, después de vivirla y elogiarla, se puede avanzar hacia la cordillera en, al menos, tres excursiones que pueden durar un día cada una.

La ciudad

Antes, hay que tomar café en Macalú, la pastelería de la ciudad. Se ve mucha gente bella que sonríe sin miedos. Será preferible llegar un viernes o un sábado en la mañana, cuando en dos de las calles que flanquean la Plaza se hace presente un pequeño comercio de productos locales muy voceados y a una escala que sorprende; alguien vende sólo dos lúcumas; otro ofrece una papaya. Claro, una escala que traduce lo que hay a mano, lo doméstico, la familiaridad con los frutos que aquí se cultivan en los patios y que le otorgan el olor a palto a la ciudad. Algo insólito: en algunas casas hay arbolitos de algodón. Segura reminiscencia de cuando este valle era de Catalina de los Ríos, La Quintrala, y ese era uno de los cultivos principales.

La Ligua se recorre a pie, incluso sus derredores ya famosos, como el Pueblo de Roco, Valle Hermoso o el Pueblo de Varas, dedicados a la textilería artesanal desde tiempos remotos. Las muestras materiales del rico pasado prehistórico de este Valle de La Ligua o Petorca, están en el Museo, con fama nacional de ser el que más contribuye a una actualización personalizada de la identidad local. Hasta lo intangible en la Ligua tiene su ilustración si el recorrido comienza en el lugar donde anida su mito fundacional: el ojo de mar, una comunicación subterránea con el océano, que hoy aflora o "mira" desde la pileta de la Plaza. En ese lugar, hace 261 años nació el pueblo.

También tiene su pregunta imposible de responder, sobre todo cuando se está en las ruinas restauradas de su antigua estación: ¿cuándo corrió su último tren?

Y siempre se termina en lo mismo: una visita a la heladería Lihuén que fue la primera en emplear pulpas frescas de papaya, lúcumas, chirimoyas, todas trituradas con la nieve y hielo que en carretas se traía desde las alturas del Pulmahue o del Epirco.

Antiguo ferrocarril

La primera excursión puede ser un recorrido sobre la antigua trocha (hoy camino) del ferrocarril al norte que corrió entre La Ligua y Limáhuida. Este viaje puede comenzar en Cabildo, cruzar el Río Ligua y trasmontar la montaña de La Grupa, por su túnel, una cuasi "caverna" tapizada de musgos y de culantrillos del pozo. Al otro lado, entre cerros, está el gran valle de Las Palmas, su estero abajo y el palmar relicto más nortino de Chile, un paisaje que sobrecoge. El camino, que sigue la huella del antiguo ferrocarril a cremallera (1910-1940), pasa por Artificio, Pedegua, Las Palmas, Quelón, Tilama, que puede ser el límite de la excursión, aunque también se puede seguir hasta el enigmático y sufrido pueblo de Caimanes. Lo más bello del viaje es la visión de unas 1.500 palmeras chilenas que se aferran a pedreríos y precipicios. Lo otro son los angostos túneles y varios puentes de hormigón y piedras, ciclópeos, que dan la medida grandiosa de la calidad de la obra pública de comienzos del siglo XX. El regreso puede hacerse desde Tilama bajando a Pichidangui, por el camino de Quilimarí, incluyendo una visita a Guangualí.

Hacia Alicahue

Sin cambiarse de valle, otra excursión puede ser al poblado de Alicahue y su quebrada hacia el límite con Argentina. Siempre bordeando el Río Ligua se avanzará por entre pequeños poblados con profusos jardines que a la vista parecen estallidos de colores, de achiras, bouganvillias (de todos los tonos), floripondios color tabaco y blancos, pimientos de semillas rojizas, coronas del inka; otras veces, hortensias celestes junto a las acequias. Se pasará por La Vega, Paihuén, hasta flanquear un cementerio que es el umbral sagrado de Alicahue, emplazado sobre una calle larga que es rematada por una hermosa casa colonial. Como La Ligua, este pueblo también tiene una fundación mítica y será un premio para la sensibilidad viajera el conocerla. Siete kilómetros más arriba está el caserío de Los Perales, asiento de los antiguos trabajadores de la hacienda. Un lugar sombreado, amable, con acequias, pataguas y un severo portón que anuncia que allí comienza la famosa Quebrada de Alicahue, la tercera excursión para nosotros, aunque camino antiquísimo y habitual para las huestes incas que por aquí entraban o salían de lo que sería Chile. En sentido contrario, lo siguen usando los arrieros y huasos del Alicahue que se dedican a la ganadería.

Otro día, habrá que entrar por aquí mismo para llegar a los Corrales de La Arena. No son de madera, son de piedras, y su hechura es tan precisa y cuidada que más parece obra inca, sino fuera porque ya no se arredilan llamas ni vicuñas. En abril o mayo aquí se junta el ganado cerril y gordo bajado de los altos valles cordilleranos. Gigantescos molles, litres y quillayes hacen del parque natural aledaño el epicentro de la más reconfortante sombra. La Quebrada es profunda, hasta la Argentina. Más arriba, la Laguna de El Chepical, surtiendo agua al valle y bebedero de guanacos y pumas.

Antes de regresar, es necesario otro heladito o un "express" en la Ligua. Es que hay que decantar tanta emoción nacida del conocimiento casi virgen que regala esta andadura liguana. Se está en un mundo y en un civismo que a cada rato roza los valores y los éxtasis más primigenios de lo humano. El poeta Jorge Teillier, que vivió aquí, escribió que La Ligua teje su pasado con el futuro.

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