Cada viajero debe armar su itinerario. Circunvalar caminando o pedaleando la isla es posible. Salir de pesca, a mariscar, a bucear, pero sobre todo, navegar.

Llegar al archipélago de Las Huichas es posible tras un viaje de 20:00 horas, saliendo desde Puerto Montt. Se navegará por la medianía del Mar Interior chilote, cruzando el Golfo de Corcovado, hasta divisar la inmensidad verde y salpicada de las islas Guaitecas. El barco, maniobrando por babor (la izquierda), entonces enrumbará en derechura hacia el sur por el Canal de Moraleda, un camino de mar entre miles y miles de islas y alguna ballena.

Melinka, isla Atilio, Magdalena, Cuptana y Puerto Gaviota en la entrada del Canal Puyuhuapi, son algunos de los hitos más admirables antes de que alguien, desde proa, nombre Tuap, Silachilu, Latolque, más islas que anteceden al archipiélago de Las Huichas. Allí, en medio de un centenar de islotes con sus bahías, sus coihues, estuarios, roqueríos, canalizos, se encuentra Las Huichas, la isla que repite el nombre de todo el archipiélago, y en cuyo bordemar sur se alzan Puerto Aguirre, Estero Copa y Caleta Andrade, que concentran una población de unos 2.000 habitantes.

En este archipiélago, que parece infinito, resulta enigmático que una de sus islas esté habitada. Y lo estuvo, temporalmente al principio, desde alrededor de 1860. En esa época, miles de hacheros navegaron desde Chiloé hasta Huichas a la corta de ciprés de Guaitecas, la noble madera con que se construyeron los durmientes de ferrocarriles de gran parte de Chile y de América. Más tarde, el sitio fue lugar de paso, refugio, campamento de loberos, cazadores de pieles, ahumadores de cholgas.

Su emplazamiento más o menos protegido de los vientos y la abundancia de recursos marinos hicieron que muchos chilotes se quedaran allí. Otros, venidos al alero empresarial de Ciriáco Álvarez, "el rey del ciprés", desde el lugareño llamado Huichas, en Chiloé, le dieron su nombre; olvidando el que le habían dado los chonos.

En la medianía del siglo XX hubo allí dos fábricas de conservas. El pueblo se afianzó hacia 1940, durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, cuando se instaló una Alcaldía del Mar, organismo clave que desde esa época debió regir un maritorio, o sea, un mar poblándose.

Navegando por el fiordo

Existe otra ruta para arribar a Las Huichas. Esta parte desde Puerto Chacabuco, en transbordador o en alguna goleta artesanal contratada en Puerto Aysén. El recorrido se hace en unas 4 a 6 horas. Un viaje flanqueado por los altos muros arbolados y salvajes del fiordo de Aysén. Pájaros y delfines se suman a este tránsito manso y magnífico.

Quizá los chubascos esporádicos, las nubes y su densidad, los tipos de olas, desde ahora sean virginales e inolvidables atractivos turísticos. Saliendo de la boca del fiordo, en lontananza ya se ven la isla Elena y Cherrecué, tan alta, escarpada. El barco roza Chaculay, le hace el quite a Menimea y, tras sortear un laberinto de islotes menores, queda a la vista Puerto Aguirre, de coloridos bordes poblados y dos nítidas calles que desde la playa suben hacia su cielo arbolado.

El pueblo bulle en su bordemar. Las lanchas "Enmanuel", "Villadiar" y "Sinaí" se aprestan para la captura de jaibas. La "Anahí" viene llegando de Puerto Cisnes. Ramiro Gallardo, práctico del archipiélago, detalla con fruición su desayuno: "¡Primero herví y espesé el ulte; de a uno le puse los choritos frescos y lentamente con un (ají) cacho'e cabra, fui revolviendo todo. Recién ahí le puse al arroz!".

La pesca es la primera fuente de trabajo. Se ven algunos papales, ruibarbo, frambuesas, que recuerdan y renuevan el gen chilote a las mujeres agricultoras. También se trabaja en congelado de pescados y mariscos. De fondo, suenan las rancheras de la radio local, y el ruido de un avioncito que despega desde Caleta Andrade a Balmaceda, en el continente, nos recuerda que no somos náufragos.

Cada viajero debe armar su itinerario. Circunvalar caminando o pedaleando esta u otras islas es posible. Salir de pesca, a mariscar, a bucear, visitar la isla de los Muertos, el Museo-Iglesia, el Astillero; pero, por sobre todo, navegar. Allí esperan el islote Boina, Andruche, Esther, Tadeo, Blanca, Auchile, el islote Precaución, el Morro, Larenas.

Una semana, diez días en Puerto Aguirre, promueven y aseguran el más oceánico e inédito de los destinos turísticos sureños. En su virginidad está lo genuino de sus atractivos; un Chiloé en miniatura, aunque más salvaje y libertario. Así lo habrá sentido alguna vez don Francisco Andrade Aguilar, el pescador chilote que se hizo colono, fundó una caleta y de herencia dejó un turismo de viajar más informal, a una escala humana, donde los hostales, hospederías y las "pensiones" particulares todavía, por su tibieza hospitalaria, semejan el refugio que antaño aquí encontraron los marineros. Aventúrese.

A lo lejos, en plena cordillera continental, sobresalen los montes Cay y el volcán Macá, debatiéndose entre dos significados. Para los bogadores huilliches del padre García, en 1766, Macá significó "lugar maldito"; en cambio para los transhumantes tehuelches, que lo miraron desde las cordilleras orientales, significó "luz encendida". Claro, iluminadora como un viaje actual por los mares aiseninos.

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