Soy cuidadoso y prudente. La vida, como la obra, incorpora una energía en movimiento".

Vicente Gajardo es sureño. Nació entre pescadores, campesinos y trabajadores de la extinguida industria de finísimos paños que llevaban el nombre de su cuna: Bellavista, Tomé. Ahí, desde 1953, comenzaron a entremezclarse sus raíces vascas con otras locales. Son 6 hermanos Gajardo Mardones. Sus conservadores padres les heredaron una educación abierta al pensamiento del otro y mucha autodisciplina; amor por el terruño y, como si fuera poco, una firme fe cristiana. Son trabajadores y tienen una hermana, la menor, que es religiosa.

Este escultor, hombre sobrio y de bajo perfil, es el mayor de la prole que aún habita el hogar infantil. Esa casa pequeña de muros azules, ubicada en el borde poniente del camino, hoy, como muchas otras del pueblo, quedó sin vista al mar debido a los altos proyectos inmobiliarios que, pese a las ordenanzas de seguridad pos terremoto 27/F, han emergido en el borde costero.

Del pueblo a la urbe

Desde los paisajes del Biobío hasta los campos de familiares en Chillán, Gajardo aprendió las labores de la tierra. La abuela materna le enseñó a modelar la greda. Así, tras hacer objetos utilitarios, ejecuta hasta hoy enanas piezas de estudio para sus proyectos escultóricos.

Gajardo se formó en una escuela rural como cualquier niño chileno. Siguió estudios en un liceo comercial, que aún existe, a pocos metros de la plaza de Concepción. Y, en plenos años 70, participó en el político ambiente de izquierda que caracteriza hasta hoy a la Universidad de Concepción. Entonces, sin militar en las juventudes comunistas, compartió ideales con muchos amigos y desconocidos. Y, como otros, extravió conocidos e, incluso, una polola que nunca más vio: "Cambió de identidad", recuerda.

En sus inicios pintó. Entonces, el mundo artístico local le dio crédito, pero comprendió que lo suyo, "considerando mis experiencias infantiles, era la escultura". Se abocó entonces a pequeños formatos en madera y piedra. Desde la década de 1980 en adelante mantiene vivas sus raíces nativas y, también, aquello que aprendió en las clases universitarias de afamados artistas y profesores de Concepción: A. Echeverría y H. Soto, L. Escalona y E. Meissner, entre otros.

A mediados de los 80, su trabajo escultórico comienza a destacar. Acostumbrado, como hermano mayor, a dar el ejemplo, se preocupó de enseñar a los más jóvenes en diferentes universidades y, también, de seguir aprendiendo. Siguió formando a otros en su propio taller, dio órdenes y exigió profesionalismo, aunque siempre ha llevado la sencilla vida del hombre de campo chileno. Cultiva choclos, tomates y otras verduras. Camina a pie pelado por su parcela de 10 mil metros.

Su inicio en Santiago hace 26 años fue ganando becas y concursos. ¡Vendió sus obras! Logró exposiciones en galerías estratégicas e ingresó en la rueda del arte comercial. Pronto formó familia con la penquista Gladys Montecinos (viuda con tres hijos) y vio nacer a su única hija sanguínea: Petra.

En busca del equilibrio

Autor de una obra rigurosa y cálida, rica en texturas y de fuerte raigambre ancestral, Gajardo busca el equilibrio sin prejuicios. "La vida como la piedra no son nada fáciles. La piedra exige tiempo y mucho sudor, y la vida diaria, constancia. Así, con calma, he trabajado por décadas enfrentando las dificultades naturales de quién, en este país, quiere vivir de su arte", enfatiza.

—¿Se pueden conquistar los equilibrios vital y creador?

—Uno siempre persigue ese viaje sin destino. Sólo a través del arte lo he conseguido, porque sé que como ser humano no puedo lograrlo, sino sólo por momentos. La vida me muestra que es necesario aceptar el orden al que no aspiras, lo que desentona, lo que no corresponde.

—¿Logras controlar cada aspecto de tu obra?

—Uno no controla nada. Sólo hay dos cosas que trato de conducir, porque hago trabajos de grandes dificultades. Soy cuidadoso y prudente. La vida, como la obra, incorpora una energía en movimiento. Entonces, pueden pasar un montón de cosas y todo se puede descontrolar llegando al caos. Sólo sé que somos seres incontrolables. Nuestra materia no es controlable, es una energía que puede estar en reposo y, también, activa.

Hoy, sus esculturas cautivan al mundo del arte urbano nacional y extranjero. En los últimos 30 años logró formar un público propio y ha exhibido en lugares emblemáticos. Sin mayores altibajos recibe premios, obtiene licitaciones públicas y gana proyectos Fondart. Se adjudica proyectos de la Comisión Nemesio Antúnez del MOP y recibe encargos privados. Acaba de ganar, con el arquitecto Cristián Larraín (PUC), un nuevo proyecto escultórico urbano para Talca. Por invitación cerrada, la dupla conquistó, tal como el año pasado, un sólido proyecto municipal compitiendo frente a F. Gazitúa y F. Assler, que costará 120 millones de pesos. Y, el sábado pasado, inauguró con el escultor-pintor Patricio Court, una exposición (abierta hasta febrero), en el Centro Cultural "Bodegón Los Vilos", que dirige el arquitecto Jorge Colvin, en la Región de Coquimbo.

Sobre el reciente proyecto adjudicado dice: "El acta de la Independencia se supone que se firmó en Talca. Tratándose de un hecho histórico tan relevante para la República, que nos abrió a una nueva visión de país, decidí conectar con el hecho en sí mismo y no con O'Higgins. Estudiamos la ciudad y escogimos un punto estratégico que transforma la propuesta de granito gris, "Portal de la Independencia" (600x150x180 cm), en un hito del plano urbano que prolonga el eje de la Alameda y considera una intervención espacial que apunta a convocar a la comunidad tal como lo hicieron, en el pasado, las grandes piedras prehistóricas o los arcos de triunfo romanos.

—¿Prefiere hablar de hito antes que de escultura urbanos?

—Sí, es una idea más amplia. El portal considera su emplazamiento, pero también transforma el contexto de la ciudad. Reorganiza el espacio y entrega coherencia a la linealidad del parque (Alameda) anterior.

—¿120 millones para esta obra urbana es suficiente?

—Sí, aunque no podría defender mi propuesta si se viera limitada por los costos. Busco lo mejor para el lugar, la obra y la comunidad que la compartirá.

"San Pedro", aquella primera escultura urbana del artista, queda atrás. Emplazada frente a la playa pública que habitan los pescadores de Tomé, con su expresión primitiva y fuerte conexión con el trabajo del inglés Henry Moore y con otros maestros canteros chilenos de los que aprendió (S. Román, M. Colvin y R. Valdivieso, entre pocos más), ya es historia. Patrimonio cultural, tal como "Homenaje al Viento", la última pieza que emplazó en su tierra natal. Esa que, hace poco, atrajo el interés de Assler e Irarrázabal, sus más cercanos amigos escultores.

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