“Frente al moralismo colectivista, repara en el carácter espontáneo del individuo. Frente

al economicismo, subraya la importancia

de la comunidad”.

Hugo E. Herrera

En el momento de acumulación de crisis en que nos hallamos, vale lo que vale siempre, pero de modo urgente: comprender políticamente no consiste simplemente en ejecutar discursos abstractos (economicistas o moralizantes), sino, eminentemente, en atender a la situación del pueblo en su territorio, para, desde ella, proponer los modos institucionales en los cuales el pueblo logre experimentar reconocimiento. En el orden político logrado, el pueblo se halla en armonía consigo mismo y adecuadamente situado en su territorio.

Esa conformación institucional es variable, pues depende de las circunstancias concretas. En pueblos educados republicana y democráticamente, ella, sin embargo, ha de cumplir dos condiciones que he caracterizado como (1) “principio republicano” y (2) “principio popular-telúrico”. (1) Se ha de distribuir el poder social —en los contextos actuales—: entre el Estado y una esfera civil fuerte; al interior del Estado y la esfera civil. (2) Es menester la integración del pueblo consigo mismo, mediante el aseguramiento de condiciones razonables comunes, y su despliegue proporcionado por su territorio (su paisaje).

Estos principios se disciernen de fórmulas abstractas o cuyos contenidos queden determinadosde antemano. Se trata denociones abiertas. Apuntan a la realización de una comprensión que solo se entiende como lograda si se da el paso hacia la situación popular y, desde ella, se le consigue brindar eficazmente expresión; si el dinamismo de lo concreto resulta, de hecho, captado y reconocido establemente; si las pulsiones y anhelos populares alcanzan articulación en una institucionalidad adecuada.

Vale decir, el significado o contenido de los principios del republicanismo popular está remitido explícitamente al sentido concreto de la situación. Los principios incluyen expresamente, en su definición, a la situación concreta. Se discierne, así, fundamentalmente de las fórmulas abstractas que tienden a prevalecer en nuestra discusión pública: las del economicismo de la derecha de Guerra Fría, para la cual el orden político adecuado depende de un orden económico neoliberal, que enfatiza al individuo y sus intereses, perdiendo de vista la comunidad; y las del moralismo de la izquierda académico-frenteamplista, que condena de antemano al mercado a partir de la idea de una situación “post-institucional” en la cual el individuo queda disuelto en el colectivo.

Frente al moralismo colectivista, el republicanismo popular repara en el carácter espontáneo del individuo singular, en su irreductibilidad a una razón o entelequia generalizante, y en el significado existencial de la división del poder, incluida una esfera civil fuerte. Frente al economicismo, el republicanismo popular subraya la importancia de la comunidad y de las experiencias colaborativas y de sentido concretas que se logran en ella.

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Vivimos días inundados de información, números, datos, opiniones y un exceso de contenido. Vemos también el dolor y angustia de muchos, mezclados con momentos de esperanza y tiempos de reflexión. Pareciera que en tiempos de pandemia nuestra realidad se reduce a gráficos y curvas. Pero, aunque los gráficos nos ayudan a entender lo que ocurre, nunca logran graficar todo lo que pasa. Nuestras vidas no tienen dos o tres dimensiones, sino que son múltiples. Hay tantas formas de estar viviendo esta pandemia como personas en este país.

Algunos pondrán el foco en la salud, en la economía, otros en los más vulnerables, los que pasan hambre, los niños, los trabajos perdidos, en los inmunodeprimidos, los más viejos, los que no tienen acceso a internet, los que están solos. Algunos pondrán atención en los privados de libertad, otros en los migrantes y muchos otros grupos. Otros no se quedarán solo con la pandemia y pondrán foco en los desafíos de futuro: las consecuencias de la megasequía, el cambio climático, cómo el trabajo está cambiando con la Inteligencia Artificial y la automatización. ¿Cómo abordar tan inmensos y variados desafíos?

La respuesta solo la encontraremos colaborando, integrados desde nuestras diferencias y trabajando unidos en aportar. Estado, mercado, sociedad civil, barrios y ciudadanos en su individualidad, juntos por un futuro. Integrados, porque todos tenemos algo que aportar, y colaborando, porque es la única forma de superar desafíos que rebasan nuestra capacidad individual.

Tenemos que unirnos en una gran conversación país, que parta desde las bases, que reconozca lo que hemos vivido, lo que estamos viviendo y lo que vendrá. Que busque sumar a los que muchas veces no participan, por falta de acceso u otras dificultades. Que se escuche al otro, abriéndonos a dejarnos convencer por ese otro y su historia, buscando convergencias y colaborando desde las divergencias. Necesitamos escribir juntos el Chile que viene y eso no puede ser una lucha entre los muchos chiles, sino un camino para integrarlos a todos. Tenemos que unirnos los ciudadanos, trabajar juntos en una ruta y meta común, y recuperar nuestro sentido de sociedad. Tenemos que hablar de Chile, porque el futuro de Chile se escribe juntos y lo redactamos todas y todos.

Tamara Acosta, Hans Eben, Barbarita Lara y Antonia Larraín

Tenemos que Hablar de Chile

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“Los datos reflejan la histórica postergación del Estado hacia el mundo rural”

Gonzalo Vial Luarte Director Fundación Huella Local

El 5 de mayo se publicó en el Diario Oficial la nueva Política Nacional de Desarrollo Rural (PNDR). Dada la crisis, este hito no se ha visibilizado ante la opinión pública. ¿Habría sido muy distinto en un escenario regular? Creemos que no, porque el territorio rural desde su definición ha sido invisibilizado en Chile. El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) califica a los sectores rurales utilizando como criterio un límite de dos mil personas por localidad poblada. A raíz de esto, el Censo de 2017 arrojó que 2.149.740 personas viven en zonas rurales (12,2% de la población nacional).

Creemos que esta definición quedó obsoleta, ya que no reconoce al territorio y su dinámica local. La OCDE ha adoptado una definición que establece predominancias: urbana, intermedia o rural. Aplicada esta en Chile, estaríamos hablando que cerca del 25,5% de la población es rural, alrededor de cinco millones de chilenas y chilenos.

Tras esta diferencia subyacen otras mucho más profundas. En el mundo rural, la muchas veces “idealizada” pobreza es todavía más cruda. Desde el nivel multidimensional, dicha pobreza alcanza el 37,4%, más del doble que en las zonas urbanas. El déficit de agua potable es de 46% (2% en las zonas urbanas); el 61% de la población tiene una vivienda en buenas condiciones (90,5% en los sectores urbanos), y solo el 16% de la población tiene acceso a banda ancha y conexión a internet.

Lo anterior refleja en datos la histórica postergación del Estado hacia el mundo rural. La PNDR plantea un nuevo paradigma, con un enfoque territorial y multisectorial, que apunta a mejorar la calidad de vida de las personas que residen en estos territorios, rompiendo de alguna manera el viejo arquetipo sectorialista del “agro” asociado a las localidades rurales. Catorce ministerios suscriben a la obligación de coordinar acciones, políticas, planes y programas en pos del desarrollo equilibrado del territorio, con cuatro focos principales: bienestar social, oportunidades económicas, sustentabilidad medioambiental y resguardar la identidad y cultura de zonas rurales.

Los desafíos son enormes: gran coordinación multisectorial; y avanzar en la descentralización reconociendo que existen localidades que conviven en una disputa de los recursos como el suelo, dificultando el cumplimiento del principio de sustentabilidad que propone la política. El modelo de desarrollo extractivista y planificado desde las grandes urbes, además, pone en riesgo la sustentabilidad y el respeto por la identidad territorial y su patrimonio en mundo rural.

En medio de esta pandemia, y de la crisis hídrica, hacemos un llamado a implementar medidas pertinentes y descentralizadas, permitiendo así incluir la función productiva propia de cada territorio. El desafío que propone la PNDR es tan grande como la oportunidad de lograr un desarrollo equilibrado. No hay tiempo que perder.

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